¿Dónde sucede el zoombombing?
Hace unos días, el cineasta Andrés Di Tella tuiteó: “Charla con Ignacio Azcueta ‘en’ Harvard”. Las comillas se me quedaron clavadas. Desde hace meses, la mitad del lenguaje es “como si”: las “fiestas” desde casa, las “reuniones” (que se van convirtiendo en reuniones: hola nueva normalidad).
Lo que era espacio físico se vuelve posición de enunciación: una charla “desde” Harvard, “organizada por” Harvard, “alojada” en los servidores de Harvard. En una de las ventanitas de ese ámbito compartido es de día, en otra es de noche; en una es verano, en otra es invierno. Acá y allá se vuelven más ferozmente deícticos que nunca, y al mismo tiempo pasan a un segundo plano. Como si manejáramos simultáneamente dos sistemas de localización espacial: uno individual para el cuerpo y su extensión técnica (“hay problemas de internet en mi zona”), otro propio del ámbito compartido en la interacción que ocupa la mente (“en esta clase el disenso es bienvenido”). ¿Es espacial el segundo? ¿O cómo llamarlo?
Esta disociación no es nueva. Ya existía para quienes jugaban en red, o cuando hablábamos por teléfono (pienso en las reuniones de socios de Mad Men de costa a costa); existe, para el caso, por lo menos desde que un hidalgo se secó el cerebro leyendo novelas de caballerías. Cuerpo acá, cabeza en otro acá: la noción de lugar nos queda chica.