Así se llama la piedra que encontró ayer Yatel, un perro rastreador, en el fondo del baúl de un patrullero de la policía bonaerense. El auto fue registrado porque datos del GPS señalan que el 8 de mayo anduvo por la zona de cangrejales de Villarino Viejo, en los alrededores de Bahía Blanca, muy cerca de donde se encontró el 15 de agosto el cuerpo de Facundo Astudillo Castro. El 30 de abril, la última vez que su mamá lo vio, Facundo llevaba al cuello su turmalina negra. Era un recuerdo del bar de Pedro Luro donde había trabajado durante el verano con sus amigos, Turmalina. Marcos Herrero, el perito adiestrador que llevó a Yatel, dijo que el animal se había “desesperado” con el baúl en una pericia anterior, y que por eso habían pedido otra; esta vez sacaron los asientos y apareció la piedra. Sergio Berni, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires que apoyó varias veces a los policías y el fin de semana pasado acusó a los organismos de derechos humanos de no querer trabajar, todavía no dijo nada.
La turmalina es un mineral del grupo de los ciclosilicatos. Se vende como amuleto de protección, ya que se dice que “limpia el aura, purifica, retira bloqueos y transforma la energía densa en una más ligera”. “Turamali” significa “piedra que atrae las cenizas” en cingalés, la lengua de Sri Lanka, porque tiene propiedades piropiezoeléctricas: bajo presión y al calor, acumula en sus extremos cargas opuestas que pueden atraer objetos ligeros. Por eso, la turmalina se usó en la primera bomba atómica: sirve como sensor para medir la presión. Caramba.