La ciencia del tacto, del griego háptō, “tocar”. Se habla de percepción háptica en relación a la información que entra al sistema nervioso por la piel, e incluso a “todo el conjunto de sensaciones no visuales y no auditivas que experimenta un individuo”, Wiki dixit. Va más allá del tacto propiamente dicho; por eso, quien maneja incorpora las dimensiones del auto a su percepción espacial y siente casi en el cuerpo si va a pasar entre esos dos camiones o no.
Desde marzo, esta percepción cambió: cada cuerpo tiene ahora un halo de dos metros de radio demarcado por el alcance potencial de sus aerosoles de saliva. Esto ya se refleja en círculos pintados en el suelo en espacios públicos, y modifica los movimientos (condicionados a los respectivos usos del narintón).
Desde hace rato se desarrolla la tecnología de comunicación háptica, que busca transmitir sensaciones táctiles; tocar y sentir a distancia. Hay un mundo de productos para hacer sentir cerca a las parejas, como pulseras que transmiten apretones de muñeca, remeras que abrazan y almohadas latientes (sin entrar en el rubro de sexo virtual). También sirve para digitalizar trabajos de precisión, como cirugías. Les gamers de e-sports, que se entrenaron en identificarse con avatares a través de la vista y el oído, hoy son las estrellas del mercado laboral. Quienes pilotean drones usan cascos de realidad virtual desde donde ven y escuchan a través de la cámara: videojuegos de guerra, como en Homeland. La tecnología háptica lleva la interfaz humano-máquina (HMI) a otro nivel; ya es posible digitalizar incluso texturas. “La retroalimentación háptica aumenta el desempeño y la sensación de presencia. El objetivo es lograr una transparencia total, hasta tal punto que el usuario no pueda distinguir si la tarea se está llevando a cabo in situ o remotamente”, dice Eckehard Steinbach. ¿Qué habría pasado si el diputado Ameri hubiera podido sentir el cuero de la banca de Diputados en sus dedos? Y viceversa.