En un correo, Ramiro Suárez habla del “rifirrafe de la vida”. Sonreí a la palabra sin entenderla del todo: no hace falta definición para entreverla, casi una onomatopeya de las corridas cotidianas en clave Buster Keaton.
1. m. coloq. Contienda o bulla ligera y sin trascendencia, dice en el DLERAE.
Bulla ligera como tortazo de Los tres chiflados. El rifirrafe de la vida, el sinsentido de cada pequeña batalla doméstica desnudado por la pandemia. Porque siempre estamos, o al menos yo siempre estoy corriendo, y renegando. Porque ese texto me lo pidieron para anteayer. Porque a las ocho de la mañana hice una lista de tareas y a las ocho de la noche apenas taché el primer renglón. Porque se me perdió la tarjeta del cajero y me rechazan la compra online sin explicaciones y la atención al cliente no atiende. La computadora se cuelga justo cuando más la necesito, dónde dejé el maldito tapabocas. La pelea por el orden es el mito de Sísifo en versión Hermanos Marx, y yo separo la basura y después en el camión la juntan. Renegar con la canilla que hace meses que no cierra y para cuándo el plomero. Y hace un año que hago estas diez palabras y me prometí a mí misma y a otres que me acomodaría para que cada vez me lleven menos tiempo, no más.
Bulla ligera y sin trascendencia, pálida ante la muerte que entra sin golpear a tantas casas a toda hora, al eco-horror progresivamente más cercano y acuciante borrando de escala todo lo demás. Por qué esta ristra de contiendas estériles, me querés decir.
Me viene a la cabeza la respuesta del poema de Marie Howe, “porque eso es lo que hacen los vivos”, con su pileta y su plomero.
Estacionar. Cerrar la puerta del auto en medio del frío. Lo
que llamabas ese anhelo.
Lo que abandonaste al fin. Queremos que llegue la
primavera y que pase el invierno. Queremos
que alguien llame o que no llame, una carta, un beso
—queremos más y más y aún más de eso.
El rifirrafe de la vida, porque otra forma no sé.