“Mafalda, inspiración absoluta para todo el progretariado argentino”, tuiteó el miércoles Agostina Mileo. Es divertido el término (y en Argentina podría ser progrietariado 😱). Pero guarda: lo usan principalmente españoles para discutir con Podemos y la izquierda en general. Quien registró @progretariado en Twitter se autodefine como “monárquico” y “anticomunista”; otros se identifican incluso “carlistas”. En comentarios de blogs españoles se rastrea hasta 2007, pero se instala en 2009 con el artículo La dictadura del progretariado, de Pablo Molina. Arranca así: “El progresismo, heredero vergonzante del marxismo clásico, es una ideología igual de utilitarista que el comunismo de toda la vida (…). La lucha de clases no enfrenta ya a obreros con patronos ni a burgueses contra proletarios, sino a los progresistas contra los contribuyentes”. Nueve años después y desde el partido comunista de Venezuela, Armiche Padrón Suárez complejiza el argumento: progretariado “como cuña en los destacamentos revolucionarios de los trabajadores. Nace en aquellos progresistas más identificados con los problemas de identidad socio-cultural o los reivindicativos de orden étnico, religioso o de género que a atender el problema fundamental de la explotación del hombre por el hombre en las sociedades de clases”. Va más en línea con Mafalda, que efectivamente abrió el abanico de problemas a mirar. Perdón, señores, por distraer el foco del hombre por el hombre y después el hombre. Desde México, Hernán Gómez Bruera dice en 2019 que el progretariado “sabe de todo, se dice preocupado por todo y se sube a todas las batallas: desde los derechos de los animales, hasta las campañas para erradicar el uso de los popotes”. De paso suma, “el llamado ‘lenguaje incluyente’”. Confirmado: molesta la sensibilidad de cuidados múltiples de Mafalda, hoy más conocida como interseccionalidad.