“Hace un tiempo, el escritor español Jorge Carrión puso en Twitter: ‘La mejor traducción al español de ‘booklovers’ es ‘letraheridos’’”, arranca Javier Sinay su newsletter Sie7e Párrafos del martes.
Fui al tuit de Carrión: es del 25 de febrero. La primera respuesta es de Sinay: “amo esa palabra españolísima”. Es exactamente lo mismo que dice en Sie7e Párrafos, siete meses y tres días después. O sea que Sinay es un letraherido más, que encuentra una palabra y la guarda para próximos usos. No me extraña.
De “booklover” a “letraherido” hay un trecho. Ni lo de libros ni lo de amantes está en la versión española, que es más bien eso, una versión libre. Lo que llaman traducción sensual o por el sentido. Entonces, la versión que le gusta a Sinay es más amplia: me permite pensar que una persona que detecta una palabra y la guarda por siete meses esperando el mejor momento para usarla califica como letraherida, aun sin libros a la vista.
Igual, la trajo para hablar de libros. “Letraheridos, esa palabra españolísima, es la que define al público de la Feria de Editores, la FED: letraheridos que buscan sus libros en un encuentro de sellos independientes donde suele haber rarezas y grandezas”, decía.
Ahora que ya pasaron dos de los tres días de la FED, con infinitos reencuentros y emoción de estar otra vez en la calle, pienso que sí, ‘letraheridos’ resulta más descriptiva que booklovers. Porque una traducción para booklovers puede ser la clásica y literal “bibliófiles”, como se sugirió. Pero letraheridos (lletraferits, en catalán) describe una sensibilidad. Y creo que eso es lo que une a les miles que coparon la FED. También, avasallantes, las ganas de estar afuera, de reencontrarse sin cita previa, incluso -o sobre todo- con gente a la que todavía no se conoció.
Letraheridos trae un matiz de dolor. Pienso en la noción que Tamara Kamenszain toma de Barthes: “Si no me despierta ganas de escribir es que no me tocó, no me hirió… Barthes llama a esa herida ‘el punctum’”.