“El recital de Serú 92 fue ese negocio a cielo abierto donde estuvo insoportable y el escenario parecía el living de Coronel Díaz, y que a los diez minutos de terminado se vanaglorió de juntar un millón de dólares. Mientras, en un momento, con una remera con el cuello estirado, drogado, hermoso, tocó ‘Canción de Alicia’ y la puso a años luz del festival de interpretaciones que tuvo la canción (que si los brujos, que si las Morsas): cuando la terminan de tocar Charly se queda solo en medio del escenario, y grita ‘¡Alicia vive!’, y rasga la guitarra, le quiere sacar algo, una última electricidad azul. Y las luces se apagan y se acaba el misterio. En un punto, en el grito de ‘Alicia vive’ hay más memoria que en todo el cancionero oficial de la memoria. ‘Alicia vive’ es un grito de guerra que no entra en ninguna canción de León Gieco o Víctor Heredia. Era, incluso, un instante que volvía a poner la memoria bajo un relámpago vivo, flecha de cobre, porque en verdad su palabra no es memoria. La palabra de Charly es inconsciente. ‘Lo que hay detrás de aquel espejo’. Lo siniestro. Charly no escribe una ‘Carta Abierta a la Junta’, ni imaginó su muerte, ni se quedó a ligar el premio a las disidencias a tiempo. Ni siquiera pudo explicar qué era Canción de Alicia. Charly no explica a Charly. Con esa flecha vuelta hacha arrancó las flores de la primavera democrática y después se las puso todas en la tapa de Cómo conseguir chicas. El que quiere estar liviano. Liviano como el valor de un austral, García termina la década en el aire. Lo que lo hace tan argentino a García parece otro tic borgeano: el desapego. Inconsciente y desapego. El que dice las cosas a tiempo no hace el negocio de la memoria sino el del futuro. ¿Por qué nací acá? Porque nací acá. El rockero argentino y la tradición.” Martín Rodríguez, en revista Panamá.