Seamos realistas, decía @deifar, al final siempre ganan.
Me acordé de algo que leí de Flavia Broffoni en Anfibia. “Una vez escuché a Moira Millán contar que el término ‘realidad’ tiene su génesis en las decisiones que tomaban los reyes para resolver una disputa entre dos versiones contrapuestas sobre un mismo hecho. La resolución frente al conflicto se convertía entonces en La Realidad. Algo así como una historia guionada por quien posee legitimidad de origen, en aquel caso divina, para relatarla”.
Hermoso cuento, lástima que no sea cierto (en las redacciones se decía: “que la realidad no te impida contar una buena historia”). Según Joan Corominas, “realidad” viene del latín realitas, que a su vez viene de res, cosa. La realidad de las cosas, de lo material, frente a las no-cosas (N62P08), el metaverso (N34P01) y la mar en coche.
La historia de Millán es lo que Carina Meynet y Martín Tapia Kwiecien, les etimoladores, llaman “falacias etimológicas”. Pero que sea falsa no la hace menos convicente.
Las derivaciones de las palabras latinas res (cosa) y rex (rey) fueron convergiendo hasta tejer estas confusiones. En mi primer trabajo para la facultad, sobre el inicio de Cien años de soledad, le daba vueltas al signo “real”: José Arcadio Buendía pagaba treinta reales para conocer el hielo, y así abría nuevas realidades. Recién hoy busco y encuentro que la homonimia entre la moneda validada por el rey y el adjetivo “real” es mera coincidencia.
Otra palabra que siempre me impresionó es “realistas”, que en los libros de historia argentina nombra a los soldados de la corona española. Tardé años en entender que la lucha no era entre realistas y utópicos, sino entre monárquicos e independentistas.
Más allá de la falacia etimológica, Millán no iba desencaminada. Se sabe que la noción de realidad es bastante discutible, y que el poder -y la palabra- no le son ajenos; “la cuestión es saber quién manda”, en términos de Humpty-Dumpty.
O cuestionárselo. Seamos realistas, pidamos lo imposible.