El lunes, la novela geopolítica se recalentó con el boicot de Estados Unidos a los juegos olímpicos de invierno, programados para jugarse en Beijing en febrero. Lo anunció Jen Psaki, la Secretaria de Prensa. “El gobierno de Biden no enviará ninguna representación diplomática u oficial a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno de Beijing 2022, dado el genocidio y los crímenes contra la humanidad que está cometiendo la República Popular China en Xinjiang y otros abusos de los derechos humanos”, dijo. “Los atletas del equipo de Estados Unidos tienen todo nuestro apoyo. Les apoyaremos al 100% mientras les animamos desde casa. No contribuiremos a la fanfarria de los Juegos”. Y agregó: “La representación diplomática u oficial de EE.UU. trataría estos Juegos como algo normal frente a los atroces abusos de los derechos humanos y las atrocidades de la RPC en Xinjiang. Y simplemente no podemos hacer eso. (…) Seguiremos tomando medidas para promover los derechos humanos en China y más allá.”
El martes, el vocero del Ministerio de Exteriores de China, Zhao Lijian, dijo que Washington viola “la neutralidad política en el deporte”, que el boicot está “basado en mentiras y rumores” y aseguró que tomarían “contramedidas firmes”.
El miércoles, el Reino Unido, Canadá y Australia se sumaron al boicot. Son precisamente los integrantes del nuevo pacto de defensa contra China, Aukus (N54P06).
El viernes, el presidente del comité olímpico ruso dijo que el boicot era “exclusivamente político”. 🤷
No quisiera estar en la piel de esos atletas que serán “animados desde casa”.
Mientras tanto en Qatar, Nasser Al-Khater, presidente del comité de organización del Mundial 2022, advierte que “la homosexualidad no está autorizada”, y dice que las personas homosexuales pueden asisitir a los partidos, pero “sin muestras de afecto en público”. Los gobiernos (todos) silban bajito.