Hoy es Halloween, Hallowe’en o Allhalloween, una contracción de “All Hallows ‘evening”, traducible como “Noche de Todos los Santos” o “Víspera de Todos los Santos” (por el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos), aunque nadie lo traduce por estos lares. La frase “All Hallow’s Eve” se registra por primera vez en 1556, y Halloween, en 1745. Según la wiki, es el comienzo de Allhallowtide, el triduo (tres días) dedicado a recordar a los muertos, santos y no tanto. Estas fechas fueron fijadas por el papa Gregorio IV en el año 835; se cree que las acomodó para que coincidieran con la festividad pagana celta Samhain, que celebra la cosecha y el fin (“muerte”) del verano. A Norteamérica llegó en 1840, de la mano de inmigrantes irlandeses que hacían lámparas con calabazas, pero recién se popularizó en 1921, con los primeros desfiles. Fue mucho más acá que se convirtió en un festejo para niñes del mundo anglosajón, y muchísimo más acá que llegó a estas pampas. ¿Serán diez años? ¿Veinte?
Este año son muchos los muertos a recordar. Más que nunca en el último siglo. Solo en Estados Unidos 230 mil personas murieron por COVID-19. En el mundo son 1.190.000 personas. En Argentina ya son más de 30 mil, un número funesto.
Al mismo tiempo, o precisamente por eso, este año son impostergables las ganas, la necesidad de celebrar de millones de chicas y chicos. Encima hoy es sábado, y hay luna llena y además, azul. En todo el mundo madres y padres diseñaron como pueden protocolos para algún tipo de fiesta, sin tocar timbres, sin tocar nada. Algún modo. Cambiar el barbijo por una máscara que haga reír, un ratito, que miedo es lo que sobra.