“La imaginación política, capaz de abrir, sin cesar, posiblidades para todxs”.
Abrir es una de mis palabras favoritas. (Gracias Graciela Goldchluk por regalármela).
Me sorprendió la acumulación de votos por “apertura”, otra palabra que se me escapó. Imagino que va en simetría con “cierre,”, que a su vez hace juego con lockdown, cerrojo que da de baja, tan distinto a cuarentena y a confinamiento. Tras el cierre (simbólico, de actividades, y también concreto, de espacios), la apertura. O reapertura. De las escuelas, de los comercios (“no esenciales”), de los gimnasios y las peluquerías, las canchas de fútbol y las discotecas y finalmente también las oficinas: de todo, o casi todo (antes del siguiente cierre claro). Con dos años de pandemia, la clase política va agarrando el ritmo: hay que apurarse a abrir cuando bajan los indicadores, no sea cosa que la apertura nos agarre justo cuando ya correspondería estar cerrando otra vez. Reflejos.
Apertura es, entre otras cosas, una palabra técnica del ajedrez. Lo que más gracia me causa es que se hable de “apertura abierta”, y también -cómo no-, de “apertura cerrada”. En realidad tiene sentido, ¿no se les dice “aperturas” a puertas y ventanas?
A mí Apertura me hace pensar en una histórica revista de negocios. Y en históricas discusiones económicas: el viejo debate acerca de si “abrir” la economía (abrir a qué). También en la canción de Drexler: “Era el tiempo de la apertura, tiempo de dictaduras derrumbándose”.
Ahora las aperturas, según cómo nos agarren, pueden dar alegría, ansiedad y hasta miedo. Abrir a qué.
Abrir, por lo menos, las ventanas, para ventilar, para que corra el aire. Abrir de paso las puertas de la percepción, para ventilar, para que circulen las ideas y las emociones y todo vaya encontrando su cauce. U otro cauce.
Abrir nuevos caminos, así cursi como suena, porque el futuro no está escrito. Quizás -ojalá- las palabras puedan ayudar. Abrir el año. A pesar de todo. O mejor: con todo.