“Nos falta que nos reconozcan como lo que somos: raíces vivas. Es muy triste decirlo”, dijo Margarita Maldonado, selk’nam por línea materna, en un encuentro organizado en el marco de La Noche de las Ideas. “Nosotros no queremos que nos den, queremos que nos devuelvan. ¿Y qué queremos que nos devuelvan? Dignidad. Nada más. No pedimos que nos devuelvan las tierras los estancieros. Solo que nos reconozcan como lo que somos, que no nos digan que nos disfrazamos de selk’nam o nos anden midiendo la pureza de la sangre. El pueblo selk’nam existe y vive”.
Me quedó resonando esa negación que explicitaba aquello que, destaca Margarita, no reclaman.
En Fin de un mundo, Anne Chapman asegura que en selk’nam muchas veces se afirma por la negación. Hay muchos ejemplos en su registro de los cantos chamánicos de Kiepja: “Yo no he llegado (negación por afirmación).” “No me entregan el guanaco (de nuevo una negación que vale por una afirmación)”. “No hablo bien. Ando extraviada (ambas locuciones significan lo opuesto)”.
Me recuerda al punto de Oswald Ducrot, y otres: que una negación es una afirmación negada, una polémica entre una voz que afirma y otra que niega, “voces superpuestas”. Una forma de reconocer esas divergencias. Quizás sea demasiado confrontativo decir “pedimos que nos devuelvan las tierras”, pero alcanza con la negación para mostrar que alguien, alguna vez, formuló esa idea. Aunque sea así, en subjuntivo.