Al este y al oeste llueve lloverá. Ya veré. Noviembre. ¿Miraste para arriba últimamente? Estuve tan guardada que casi me pierdo la floración de los jacarandás (¿jacarandaes? ¿jacarandases?). Una flor y otra flor celeste, aunque yo las veo más bien lilas contra el cielo flúo. Nuestra porción de belleza porteña.
La palabra viene del tupí-guaraní, como tantas otras vocálicas y agudas. “Yakara’na, construido con los vocablos hakuã, que tiene perfume, y renda, lugar, sitio, o sea ‘fragante’”, dice la Wiki. Un árbol de la selva.
Los jacarandás de Buenos Aires los soñó primero, los diseñó y mandó a plantar después Carlos Thays, el paisajista francés que se ocupó de poner en cada parque emblemático del país un jacarandá y una araucaria: norte, sur, mundo. Martín Jali argumenta que si Buenos Aires se parece a París, es en parte gracias a Thays. París violeta selva.
En los sesentas salió el himno, gracias una chica de Ramos Mejía y un tucumano, María Elena Walsh y Palito Ortega. Jajarajaja. Los jacarandás están por todas partes, de la Plaza de Mayo a la avenida San Juan y del Rosedal al patio de mi escuela primaria, donde había tres y juntábamos las flores en floreritos que hacíamos con los vasitos de leche.
El año pasado había 14301 jacarandás en Buenos Aires, según publicó revista Jardín en este alucinante mapa lila: 11.046 en calles y avenidas y 3255 en espacios verdes. Lo de “espacios verdes” está difícil: hay 5,13 metros cuadrados por habitante según el Atlas de Espacios Verdes de la Fundación Bunge y Born, muy por debajo de los 10/15 que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Eso sin contar la venta proyectada de 32 hectáreas de la Costanera Norte para hacer viviendas de lujo.
Si pasas por la escuela, los chicos ojalá. Hoy juegan en la vereda, bajo el jacarandá.