Esta semana llegó a la Corte Suprema de Justicia el caso de Natalia Denegri contra Google, conocido como “Derecho al olvido”. Ella pide que Google desindexe 32 artículos periodísticos: no que se bajen de internet, sino que el buscador los desvincule de su nombre. Porque, alega, “perjudicaban su honra y honor”; los fallos de primera y segunda instancia fueron a su favor. Google sostiene que estos artículos constituyen información, y por lo tanto, apeló a la Corte para no desindexarlos.
Pero ya no hace falta. Victoria De Masi, que sigue el tema desde ElDiarioAr, intentó acceder a esos 32 materiales a partir de URL directas, y descubrió que las fuentes – La Nación y Clarín- los habían bajado. Preventivamente.
Dice De Masi: “¿Por qué Clarín y La Nación levantaron los contenidos si no hay, por lo pronto, una sentencia definitiva? (…) ¿Tenemos en cuenta las consecuencias que podría tener la confirmación de este fallo en nuestro trabajo diario si incluso sin sentencia firme hay notas “despublicadas”? Y la cuarta, más abarcativa e importante: ¿Todos y todas podemos rediseñar nuestro pasado?”
En los medios digitales, la “despublicación” está a un clic de distancia. “En la época del print no se podía despublicar. Para eso estaba la errata. Se trata de la historia del medio y de la historia cultural del contexto en el que se produce y circula”, tuiteaba Isis Giraldo. Hasta se pone en cuestión, creo, la idea misma de “publicación”. Porque publicado es, o solía ser, lo que ya no se cambia: el famoso “se imprime”. En digital esto funciona en el newsletter, que una vez enviado carga con sus erratas.
En 2014 escribí sobre el derecho al olvido para Lamujerdemivida. Pensaba también en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, en los dilemas éticos de borrar nuestra memoria colectiva. Por ahí anduvieron las preguntas de Ricardo Lorenzetti: el viernes en la Corte “¿Se pretende limpiar el pasado? ¿Que haya un presente sin pasado?”