Mientras empezaba a tratar de hilar estas diezpalabras, no una sino dos vaquitas de San Antonio se posaron en mi computadora. Me extrañó y me fui a preguntar a Twitter, fuente de toda razón y justicia. Una compulsa rápida confirmó que no soy la única que percibe una cantidad inusual de vaquitas. Varies me dijeron que era estacional. ¿Será que siempre hay muchas y antes no las veía? ¿Será que la pandemia me hace mirar más? ¿O que la crisis climática biosensibiliza?
Sol Quipildor me preguntó cómo eran las vaquitas que vi; dije naranja, grandes, un poco distintas de las prototípicas. Entre ella y Fabio Márquez me ayudaron a identificarlas como una especie exótica, asiática, que se llama Harmonia axyridis.
¿Son buenas o malas? Bueno, como todo, parece que es más complejo. Es probable que no sea bueno tener bichos exóticos; compiten con las especies nativas por la comida y hasta se las zampan si tienen hambre y no encuentran pulgones. Según cuenta la bióloga Victoria Werenkraut en esta nota, esta vaquita fue importada hace treinta años para hacer control de plagas, y lo hizo tan bien que, como suele suceder, ahora la plaga es ella.
De paso, en la nota reencontré al Proyecto Vaquitas, una iniciativa de ciencia ciudadana del INIBIOMA (CONICET – Universidad del Comahue) que invita a mapear la aparición de estos bichitos para conocer su distribución y protegerlas. Sobre todo, a las nativas.
Las otras, las invasoras, me despiertan sentimientos ambivalentes. Ya sé que no está bien que avancen sobre las vaquitas originarias. Pero ya que están acá, que se tomaron la molestia de cruzar el mar océano en container, podríamos aprovechar para pedirles deseos. No creo que le haga mal a nadie. Como mucho, serán deseos exóticos, depredadores.