“Porque unas veces las farfanías se quedaban bailando por dentro de la cabeza, como un canturreo sin sentido. Y esas se evaporaban en seguida, como el humo de un cigarrillo. Pero otras permanecían tan grabadas en la memoria que no se podían borrar. Y llegaban a significar algo que se iba adivinando con el tiempo. Por ejemplo, ‘miranfú’ quería decir ‘va a pasar algo diferente’ o ‘me voy a llevar una sorpresa’.
La noche que Sara inventó esa farfanía tardó mucho en dormirse. Se levantó varias veces de puntillas para abrir la ventana y mirar las estrellas. Le parecían mundos chiquitos y maravillosos como el del Reino de los Libros, habitados por gente muy rara y muy sabia, que la conocía a ella y entendía el lenguaje de las farfanías. Duendecillos que la estaban viendo desde tan lejos, asomada a la ventana, y le mandaban destellos de fe y de aventura. ‘Miranfú —repetía Sara entre dientes, como si rezara—, Miranfú’. Y los ojos se le iban llenando de lágrimas.”
Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan (Siruela, 1990).