¿Te acordás de la distinción entre (trabajadores) esenciales y no esenciales? Qué tiempos. El 1 de mayo de 2020, encerradísima (prescindibilísima), escribí Feliz día, no esenciales, imaginando a Don Draper y Peggy Olson en cuarentena.
Dos años después, con la pandemia en un fade infinito, nada volvió mejor: Ahora se habla de trabajadores informales; es el nombre de un dossier de la revista Crisis.
“Las expectativas de conseguir un trabajo en blanco fueron mermando a medida que se produjeron las reformas neoliberales en la Argentina. (…) la informalidad se expande sin retorno”, dicen en Cartografía del trabajo no registrado.
“Entre los asalariados formales y la economía popular sin patrón existe un mundo ancho y heterogéneo de trabajadores que no tiene acceso a los derechos del contrato de trabajo ni está registrado en la seguridad social, a pesar de encontrarse bajo relación de dependencia asalariada: 4.974.775 personas”, dicen en otra nota del dossier. “Si la negociación paritaria o el impuesto a las ganancias de un lado, y los planes o salarios sociales por el otro, son demandas que acaparan la atención, a veces llenan calles, golpean para negociar y tienen terminal política (…), los asalariados no registrados, en cambio, son el mundo del trabajo que ni grita y, muchas veces, ni siquiera sabe qué puerta hay que tocar.”
“Los trabajadores informales generalmente tienen empleos de mala calidad, salarios bajos, largas jornadas de trabajo, falta de acceso a oportunidades de capacitación, dificultades para acceder al sistema judicial y al sistema de protección social, incluyendo la protección para la seguridad y salud en el trabajo”, admite la OIT.
Señala Sofía Scasserra en Anfibia: “Un trabajador desesperanzado acepta malas condiciones de contratación si la amenaza es quedarse sin nada”.