Perdón que insista: “bolivianos, paraguayos, etc”. Ese “etc” me fascina. Es la clave de hasta qué punto Matera escribía para alguien a quien imaginaba tan afín que podría completar esa enumeración, que él dejó implícita por considerarla obvia.
Victoria Donda, titular del INADI, dijo que “el racismo sí anida en Argentina”, y habló de xenofobia. Es cierto que en los tuits se denigra a negros y judíos (la misma palabra “denigrar” denigra a los negros). Pero racismo y xenofobia no bastan para explicar el “etc”.
Entra ahí la noción de aporofobia, que circuló en estos días: “fobia a las personas pobres o desfavorecidas”, según la RAE. Fue incorporada al diccionario en 2017, siguiendo al Senado español, que había incluido la aporofobia como circunstancia agravante en el Código Penal. Poco después fue elegida “palabra del año” por la Fundación Español Urgente, promovida por la Agencia EFE y el Banco BBVA. La definieron como “miedo, rechazo o aversión a los pobres”.
Fue acuñada por la filósofa española Adela Cortina en 1995, en una nota publicada en ABC Cultural. “Creo que es un tipo de fenómeno al que hay que poner un nombre, igual que a los huracanes y ciclones porque dicen que cuando se le pone un nombre, la gente lo reconoce y puede precaverse frente a ellos”, dijo Cortina, quien en 2017 publicó el libro Aporofobia, el rechazo al pobre. Allí dice: “No repugnan los orientales capaces de comprar equipos de fútbol o de traer lo que en algún tiempo se llamaban ‘petrodólares’, ni los futbolistas de cualquier etnia o raza, que cobran cantidades millonarias pero son decisivos a la hora de ganar competiciones”. […] “Las puertas se cierran ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen que perder más que sus cadenas […] ante los mendigos sin hogar, condenados mundialmente a la invisibilidad”. […] “El problema no es entonces de raza, de etnia ni tampoco de extranjería. El problema es de pobreza”.
Por no decir, con palabras del siglo XIX, de odio de clase.