“Mirá qué linda palabra”, decía mi hermana Melina Furman en un correo el sábado 18. Me reenviaba un mensaje de El Baikal con el asunto “Tengo un magún”. Es un texto de Christián Carman:
“‘Tengo como un magún, acá’, me dijo señalándose la boca del estómago. Me asusté. Le contesté que no sabía lo que era un magún. Me dijo que sentía como una opresión en el pecho. Me asusté más. Le pregunté si quería que llamáramos una ambulancia. Me contestó que no, que lo que sentía era un tipo de angustia, no algo físico. ‘Ah… –le dije ya más tranquilo– ¿por qué no me dijiste simplemente que estabas angustiada?’. ‘Porque no es una angustia cualquiera, es un magún’, me respondió. Hacía poco que estábamos casados y no era la primera vez que Emi y yo teníamos un malentendido por culpa del lenguaje. Ella nació en San Francisco, en esa zona de la provincia de Córdoba y Santa Fe que hacia 1880 recibió una gran inmigración de piamonteses y muchas de sus expresiones conservan ese origen.
(…) Las palabras son portadoras de la historia, son como registros fósiles de la vida de nuestros antepasados. (…) Aníbal, el Terrible, comandaba las tropas cartaginesas. (…) Su hermano decidió ir en su ayuda y una tarde del verano del 205 a.C., desembarcó con 12.000 infantes y 2000 caballeros a bordo de unas 30 naves en el puerto de Génova, que apoyaba a Roma. (…) Fue una masacre. (…) En Génova, sólo quedaron algunas mujeres con sus niños que, llorando entre el fuego y los escombros, empezaron a reconstruir la ciudad. El hermano de Aníbal se llamaba Magone, Magón, o Magún. Tal fue la angustia que produjo que, cuando las mujeres sentían esa sensación de falta de energía vital o de sentido de la vida, empezaron a decir que ‘tenían un Magún’, ahí, en su pecho, destruyendo su interior.
(…) Emi tenía razón, su magún no es una angustia cualquiera. Es, todavía hoy, un eco lejano del dolor que sintieron sus antepasados, unas 90 generaciones atrás, cuando vieron destruida su ciudad.”