Para que algo pase primero hay que imaginarlo, y para eso ayuda ver un modelo. Desde ayer circulan imágenes y videos (aquí y aquí) de una multitud tomando por asalto la residencia presidencial de Sri Lanka; especialmente, la pileta. Las patas en la fuente meets La fiesta inolvidable, o El lobo de Wall Street, o cualquier película de Hollywood. A elles también les crecieron imágenes detrás de las retinas; así que además de exigir la renuncia del presidente y una solución a la grave crisis de abastecimiento, reclamaron su parte de gloria, de diversión: su peli.
En Twitter brotaron propuestas de “srilankear”, tanto desde Guatemala como desde Argentina. Es interesante que la palabra ya circulaba desde mayo, aunque entonces tenía un sentido -sospecho- más específico: prender fuego residencias de políticos.
“Lo de Sri Lanka es muy impactante, pero más allá de la anécdota de las imágenes, tenemos que empezar a ser conscientes del impacto que la crisis de hidrocarburos, de alimentos y de deuda va a tener en países alrededor del mundo. La llegada de la recesión va a agravarlo todo”, tuiteaba ayer Eduardo Saldaña, director de El Orden Mundial.
Citaba un artículo de Mark Malloch-Brown, presidente de Open Society Foundations, en Foreign Policy, titulado “Sri Lanka es un presagio” (en inglés dice omen; de ahí “ominoso”).
“Muchos líderes occidentales se comportan como si hubiera una sola crisis en el mundo: La invasión rusa de Ucrania. Aunque algunos se están dando cuenta de las repercusiones generalizadas en la seguridad alimentaria y energética, parece que hay poco margen de maniobra para abordar la crisis subyacente que se avecina: un desbarajuste económico mundial impulsado por la pandemia del COVID-19, el colapso climático y la degradación del sistema político y económico internacional que lleva al menos una década gestándose”, sostiene Malloch-Brown. El otro factor es el default en la deuda externa, que derivó en escasez de combustible, medicamentos y comida. Un colapso que no se arregla con el piletazo.