“¿Qué te asombra?”, preguntó Maritza Sánchez Hernández. Levantaba un hilo de Daniel Suárez Montoya:
“El más reciente libro que publicó Tomás González se llama Asombro (…) Siento que como sociedad hemos perdido con los años la capacidad de asombrarnos (…)
La transición de lo análogo a lo digital, la posibilidad de que toda persona con un dispositivo pudiera informar, incluso generara credibilidad, pero al final, también esa delgada línea con la falsedad… (…) la manera en que el mundo casi que se paralizó con el ataque a las torres gemelas (por ejemplo) y que hoy la muerte de un exprimer ministro en Japón, un tiroteo en Texas o deslizamientos, sean noticia de un día… Es decir, la saturación, el exceso de información (…). Casi que recibimos noticias impresionantes en cada actualización en las redes sociales (…) Solo hasta la pandemia (siento), la sociedad pudo asombrarse de nuevo, detenerse, dimensionar a lo que nos enfrentábamos (…).
Y así, una guerra en Ucrania, un tiroteo en Texas, un video porno en una universidad, un deslizamiento, otro deslizamiento, el asesinato de un exprimer ministro, nuevos bombardeos, una mujer que gana un premio literario… El asombro que dura lo que dura un tuit. ¿Aún se asombran? ¿Cuánto les dura el asombro? ¿Escriben sobre él? ¿Lo comparten con los demás? Se me pasaba otro momento asombroso, las imágenes a color de miles de galaxias…”
Agregó Mari:
“Por cierto: ¿No es muy bello el verbo ‘asombrar’? Mi Mamá lo usaba con relación a presuntas visitas de familiares que a los días morían: «¡Sí ve! Ella fue la que me asombró ayer». Asombro como despedida en el último aliento.”
Algo del asombro con la sombra.