“Llegó el googleclipse. Asueto nacional”, tuiteó Rodolfo Campero el lunes, a las 9.20.
Apenas arrancaba la última semana completa del año. Era uno de esos días de furia en que necesitamos tachar cosas de la lista cuanto antes; además, en Argentina y Chile estábamos esperando el eclipse. Y entonces se apagó el astro rey, y durante casi media hora todo fue caos y tinieblas. Porque sin él no somos nada: ni correo, ni documentos, ni reuniones de Meet… Total eclipse of the Google. Every now and then I fall apart. Ni Calendar, ni videos, ni mapas. And I need you more then ever. Lástima que recién tres horas después la luna tapó el sol; floja la sincronización.
“La productividad de buena parte del mundo occidental depende hoy de que funcione una sola empresa”, dijo luego Beatriz Busaniche en el newsletter de la Fundación Vía Libre. ”Tenemos que trabajar para construir un ecosistema informático más justo, equitativo, viable económicamente saliendo de la dicotomía de depender completamente de una empresa o del Estado.” Argumenta que es necesario educar en software libre y crear demanda para infraestructuras autónomas, a cargo de empresas pequeñas, medianas o cooperativas. Propone “adoptar servicios de otros proveedores de búsqueda, de documentos compartidos, montar servidores propios en cooperación, contratar soporte local. Invertir en quienes nos habiliten a manejar nuestra propia infraestructura.” Y cierra: “La libertad nunca ha sido gratis. Tampoco es gratis ceder todo el control a un puñado de empresas que dominan el mercado más concentrado del que tengamos memoria.”
Este año aprendimos que lo inimaginable –unprecedented, N09P06– sucede. Que podemos encerrarnos, vaciar oficinas, escuelas, trenes y fábricas, y -a grandes rasgos- la vida sigue. ¿Por qué no podríamos, también, vivir sin Google? Cuanto más grande es, más pesado cae. Sobreviviremos. Pero no estaría de más que el próximo googleclipse nos pesque un poco más preparades: preppers digitales.