Felipe lo piensa: los Beatles, el Kremlin, Vietnam, todo aquí. Y se desmaya.
Todo está aquí y a la vez nada está aquí; lo comprobamos cuando el viento se lleva la señal y quedamos a la intemperie, como el Mago de Oz cuando cae el biombo.
Estar y no estar: lo virtual. Una palabra escurridiza, que nunca termina de decir; lo que es y no es al mismo tiempo. Según la RAE:
“1. adj. Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real.
2. adj. Implícito, tácito.
3. adj. Fís. Que tiene existencia aparente y no real.
4. adj. Inform. Que está ubicado o tiene lugar en línea, generalmente a través de internet.”
Y un poco hace trampa, ¿no? Porque borra la implicancia que lleva de la acepción 1 a la 4, esta idea de que todo lo que sucede en/a través de internet es un “como sí”, un sucedáneo. Lo discute hace años Daniel Molina, aka Rayo Virtual: sostiene que lo digital no es una copia de lo real sino un otro mundo en el que vivimos, menos físico pero tan o más real que el de átomos.
Más que del año, “virtual” es una palabra del otoño, casi de abril. Después, enseguida, prescribió. Tengo reunión: virtual, obvio. Presentación de un libro: virtual, obvio. No me gusta decir que doy “clases virtuales”, porque siento que les bajara el precio. Las clases son reales, la interacción es real, quizás incluso más íntima que en el aula. Sin duda lo que pasa es diferente, pero real; hablamos de esto en N04P02, “En” y N05P04, “Cuerpo”. Prefiero decir que la cursada es “remota”. No es que me conforme la palabrita, pero me molesta menos.
Al mismo tiempo que “virtual” se fundía en el paisaje, alumbró otra palabra: presencialidad. Antes (casi) todo era presencial, y no lo sabíamos.
En un episodio de Girls, la mitómana Caroline (la tremenda Gaby Hoffmann) le cuenta al ingenuo Laird una historia tristísima. Él llora en silencio. Ella se ríe y le dice que era todo un invento. Él sigue llorando: “Que sea falso no quiere decir que no lo sienta”.