Nuevas formas de callar. Ya en abril, cuando se jugaba en redes sociales a definir el año en tres palabras, salía mucho “you are muted”, “estás muteada”. Qué cosa con el neologismo; las ventajas de síntesis sobre “silenciada” son de apenas una sílaba, y sin embargo esa sílaba lo cambia todo y “muteada” gana por afano. Muteada: un participio, es otro el agente de la acción, fantasma en la máquina. Permiso, Hal.
Más allá de las torpezas al usar la tecnología -que a nueve meses de pandemia intensa continúan en cada reunión por videollamada-, descubrimos las ventajas de cuidarnos la boca con un botón. Una medida de prudencia pública: ¿estás segura de que querés hablar? ¿De verdad vale la pena eso que ibas a decir?
Yo me gusto cuando callo y estoy como ausente. Sé que me traigo menos problemas. Pero esto mismo, este replegarse, puede ser un problema. Hace algunas semanas, Martina Rúa hablaba en La Nación de zoomthink: el pensamiento grupal de las reuniones, “esos acuerdos fofos diarios que nos alejan de soluciones efectivas, pero nos ayudan a cortar la bendita video llamada”. Un camino a la homogeneidad: “Aportamos lo mínimo e indispensable y preferimos enviar un emoji de pulgar levantado antes de explicar por qué una idea no nos parece viable o pedir que se contemplen más caminos posibles para resolver un tema.”
Why is the use of videoconferencing so exhausting? An analysis on the demands es un video artículo de Annie Abrahams y Daniel Pinheiro que intenta desentrañar qué es lo que nos agota tanto en las videollamadas, en el marco del proyecto Embodiment and Social Distancing. Dan algunas pistas: la intimidad es incómoda, no hay visión de conjunto, hay que escanear la pantalla continuamente, hay interrupciones, no se pueden detectar detalles, todo el sonido es envuelto en un monosonido.
Mutearse es un atajo, un escape; el paso previo a apagar la cámara, a su vez previo a cortar la comunicación. Escalas intermedias de este continuum que inventó 2020 entre estar y no estar.