Desde que Whatsapp anunció a sus 2000 millones de usuaries que actualizaría sus términos y condiciones para compartir datos personales con Facebook -el 6 de enero, como una suerte de regalo siniestro de los Reyes- hubo una estampida hacia otros servicios de mensajería instantánea. La toma del Capitolio y el consiguiente proceso de desplataformización y reflexión sobre la concentración de las comunicaciones en (pocas) manos privadas les dio un empujón a plataformas de mensajería como Telegram o Signal.
El martes, Telegram anunció a través de su canal oficial que había superado los 500 millones de usuaries actives. “Solo en las últimas 72 horas, más de 25 millones de nuevos usuarios se unieron a Telegram”, dijeron. “Es posible que estemos viendo la migración digital más grande en la historia de la humanidad”. Quizás “migración” sea mucho decir: por ahora, lo que hubo fue un auge de instalaciones de estas aplicaciones. De ahí a abandonar Whatsapp falta un paso largo: en enero pasado, Whatsapp había alcanzado los cinco mil millones de descargas. Signal, por su parte, ronda los 50 millones.
Los números de la semana pasada son vertiginosos: el 9 de enero, Telegram empezó a tener más descargas diarias que Whatsapp; el 11, Signal pasó esa marca. Al miércoles pasado, las dos apps duplicaban a Whatsapp en descargas.
El jueves, los presidentes de Brasil y Turquía registraron cuentas oficiales en Telegram; se suman así a los presidentes de México, Francia, Singapur, Ucrania, Uzbekistán, Taiwán, Etiopía e Israel.
Es hora de pensar, entonces, qué es -y de quién es- Telegram, la app que pica en punta.