Mientras tanto en Krasnoiarsk, Siberia, la minera Nornickel (hasta 2016 Norilsk Nickel) fue condenada a pagar unos 1925 millones de dólares -casi el triple que Vale- como multa por contaminar el Ártico con combustible. Es una multa récord en Rusia en un caso ambiental. “La escala del daño en el Ártico no tiene precedentes (en el Financial Times decía “unprecedented”, N09P06). La multa es proporcional”, dijo el ministro de Ecología, Dmitry Kobylkin. Y la comparó con la de Exxon Valdez en Alaska (1989), de más de 50 mil millones.
Nornickel es el primer productor en el mundo de níquel y paladio. Su accionista principal y presidente es Vladimir Potanin, el hombre más rico de Rusia y número 48 en el ránking mundial de Forbes. El 29 de mayo, un tanque de diesel se rompió en la planta de energía termal número 3 de Norilsk-Taimyr, en Siberia. Unas veinte mil toneladas de combustible se vertieron en los ríos Ambarnaya y Daldykan, que desaguan en el Océano Ártico. Según los medios rusos, fue el segundo derrame de combustible más grande de la historia rusa, después del desastre de Komi en 1994. Putin declaró el estado de emergencia (y se calentó porque se había enterado por redes sociales). Se calcula que la pesca (o más bien los peces) tardarán décadas en recuperarse.
Parece que el tanque se agujereó por corrosión, y que por lo tanto hubo negligencia de parte de la empresa, ya que la agencia rusa de vigilancia del medio ambiente, Rosprirodnadzor, le había ordenado en 2014 limpiar el óxido. La empresa lo negó y alegó que el tanque se había roto por culpa del derretimiento del permafrost, a su vez culpa del cambio climático. Greenpeace Rusia dijo que la empresa no podía ignorar los peligros de operar sobre el permafrost, donde desde hace años se abren cráteres (N03P01) gigantes; un estudio publicado en Nature en 2018 dice que el 45 por ciento de las operaciones de extracción de hidrocarburos ya está en peligro.
No sé cuál versión me da más miedo.