Inesperadamente y sin mucha pompa, como dice Enrique Carrier, llegó a la Argentina el 5G: la quinta generación de tecnología móvil. Lo anunció Telecom con una gacetilla el domingo, y el martes salió en el Boletín Oficial. Por ahora, está disponible para celulares compatibles en las inmediaciones del Teatro Colón (Buenos Aires) y el Monumento a la Bandera (Rosario).
El 5G viene a traer más ancho de banda, más velocidad de transferencia de datos.
Se espera una velocidad de hasta 10 gigabits, cuando el 4G maneja (en teoría) hasta 100 megabits por segundo. Esto implica que el 5G sería cien veces más rápido; podría cambiar el modo de percibir el mundo. Ya está pasando: en buena parte del hemisferio norte, se está implementando desde 2019. También está pasando la famosa guerra tecnológica entre Estados Unidos y China por la infraestructura de redes.
Se espera que el 5G dé el impulso definitivo a la internet de las cosas: que, por ejemplo, mercadería embarcada en China pueda “avisar” cuando es descargada en Buenos Aires; que el stock de las tiendas se automatice; que los autos sin conductor puedan “leer” el camino con precisión, entre muchas otras consecuencias inimaginables. (¿Y si el botón antipánico activara la tobillera electrónica?).
El 5G reduce el “período de latencia”, el delay de un paquete de información para desplazarse. En el 4G, este período es de 20 milisegundos; el 5G promete llevarlo a 4. Esto lo alinea con el sistema nervioso humano: va a la velocidad de la mente. Por lo tanto, permite actuar a distancia con la misma percepción que en persona. Esto puede aplicarse a telemedicina de precisión –intervenciones quirúrgicas a distancia-, o a operar máquinas constructoras, o instrumentos musicales, o lo que te imagines, desde cualquier lugar del mundo y en tiempo real.
¿Se volverá una excepción la acción directa, no digitalizada? No pienses en Avatar.