El COVID-19 está terminando con algunos pueblos. En el siglo XVIII quedaban 15.000 personas jumá en la selva amazónica, en las inmediaciones del río Purús; en 1940 eran 300, y en 2002, cinco. El jueves, Amoim Aruká, el último hombre jumá, murió por coronavirus. Tenía 86 años. Lo sobreviven sus tres hijas, casadas con hombres del pueblo Uru-Eu-Wau-Wau, también con una lengua de la familia tupí-guaraní.
La extinción del pueblo jumá es el resultado de varios procesos de exterminio, asegura la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB). Una de las tantas masacres del siglo XX ocurrió en 1964, cuando un grupo de comerciantes de Tapauá quisieron adueñarse del territorio donde vivían les jumá para explotar sorva y castaña. Contrataron a un escuadrón de mercenarios que les disparó “como si se tratase de monos”, según contaron luego. Sesenta personas fueron asesinadas y decapitadas. Amoim Aruká sobrevivió, junto a otras seis.
Según APIB, a les jumá se les considera “pueblo de contacto reciente”, y por lo tanto debía ser protegido por “barreras sanitarias” ordenadas por la Corte Suprema Federal en julio de 2020. El gobierno de Bolsonaro dijo que las construiría, pero nunca lo hizo.