“Hoy aterriza Perseverance, la nave del nombre épico, en Marte. Palpita mi viejo tatuaje marciano de Byron/Bradbury”, dijo el jueves Macky Chuca. En medio de los barbijos, las polémicas y la mugre, millones acompañamos el amartizaje en vivo de la Perseverance tras siete meses en el espacio.
Qué viejo suena el futuro. Los astronautas son como marcas del siglo XX. Hasta que un robot nos manda fotos de Marte y la NASA nos invita a seguir su localización.
Pregunta mi hija si las fotos las manda por mail. En serio, ¿cómo las manda? ¿Qué satélite las transmite a través de 54,6 millones de kilómetros?
Lo mismo le preguntan a la Perseverance. Porque la nave habla en redes sociales; dice cosas como “Hola, mundo. Esta es mi primera mirada a mi hogar”. El equipo de escritura y contenidos de la NASA, por qué no.
No hay cómo pensar en Marte sin la ciencia ficción. Sin Bradbury. “En la segunda expedición de Crónicas marcianas, uno de los astronautas recita a Byron mientras todos contemplan la ciudad desolada. ‘So we’ll go no more a-roving…’. Que las naves que enviamos se llamen ‘rovers’ me hace temblar un poqui”, decía Macky Chuca. En 2012 escribía: “Sigo enamorada de esa página en la que un escritor lleva volando a un poeta de otro siglo a una avenida embaldosada en Marte. Ahora algo dentro de mí llora a través del tiempo. El cuento se llama ‘Aunque siga brillando la luna’, fue publicado por primera vez en 1948 y está ambientado en junio de 2001. El poema es de Byron. Once años después de que el capitán y Spender y Biggs hayan sentido el viento marciano, es otra vez verano, y miro la página en la que el tiempo se transforma en un extraña cinta de Moebius. El aire se agita en torno a las palabras.”
Espacio y tiempo. Pasaron otros nueve años; estamos en plena era imaginada por Bradbury. Tal como él vio, avanza la conquista; hemos puesto en Marte otro robot y unos cuantos memes (elegí, ¿napolitano o estadounidense?). A Spender no le gusta esto.