El jueves, Ernesto Tenembaum entrevistó a Caparrós e hizo lo que nos temíamos: le preguntó qué creía que el episodio del vacunatorio vip dice de la Argentina. Algo así como nombrarle el servicio militar al papá de Mafalda. Caparrós, a sus anchas, remitió al honestismo, un concepto que -según veo- trabaja desde hace rato: desde abril de 2009, cuando era secretario de redacción en Diario Crítica. Después lo retomó, y en 2011 lo incluyó en su libro Argentinismos. En 2013, en pleno escándalo por el valijero Fariña, levantó el guante Bruno Bimbi, y entonces Caparrós volvió sobre el honestismo y lo llevó a su blog de El País. No pasa de moda. “Honestismo: la convicción de que -casi- todos los males de la Argentina actual son producto de la corrupción en general y de la corrupción de los políticos en particular.” (…) “El honestismo es un producto de los noventa, ante el despliegue de corrupción menemista, y fue alentado por cierto periodismo —el más valiente— que trató de mostrarla. Fue un éxito: la sociedad se escandalizó ante esos errores y excesos y no miró los cambios estructurales, decisivos, que el menemismo estaba produciendo en la Argentina.”(…) “La corrupción existe y hace daño. Pero también existe y hace daño esta tendencia general a atribuirle todos los males. La corrupción se ha transformado en algo utilísimo: el fin de cualquier debate. (…) “La honestidad es el grado cero de la actuación política; es obvio que hay que exigirle a cualquier político –como a cualquier empresario, ingeniero, maestra, periodista, domador de pulgas– que sea honesto. Es obvio que la mayoría de los políticos argentinos no lo parecen; es obvio que es necesario conseguir que lo sean. Pero eso, en política, no alcanza para nada: que un político sea honesto no define en absoluto su línea política. La honestidad es –o debería ser– un dato menor: el mínimo común denominador a partir del cual hay que empezar a preguntarse qué política propone y aplica cada cual.”