“La ramalera tenía un cartel amarillo”, contaba Julián Medina. “Pero después esa línea de colectivos fue comprada por otra que le puso una ramalera led, donde no hay colores. El colectivo imaginario de la gente era amarillo, identificaban el amarillo con ese ramal. Entonces ahora tienen una pantalla led que dice: ‘amarillo’”.
Yo no sé bien cómo caí en el seminario participativo y abierto Desde lejos no se ve del Archivo de Intervención Semio-Conurbana (ARISCO), pero me alegra. Es un espacio para compartir derivas, tránsitos, exploraciones; hablar de lo que pasa cuando se anda sin más fin que andar. Así ando yo, sin saber adónde, sin saber para qué, guiada por impulsos que de repente me dejan en ese zoom lleno de desconocides hablando de caminar para perderse, perder el rumbo, perder el tiempo. De eso sí sé. Hablan de ramaleras, una palabra que jamás había escuchado y me parece bellísima. Julián Medina es artista; aquí (página 5 del PDF) se puede ver su cuadro del cartel que dice “amarillo” (a falta de ramalera). En la cuenta Esperando el colectivo hay otras intervenciones en torno a ese tiempo-espacio que es la parada. La parada. Donde parás, y esperás, y a veces ahí pasan cosas. Que se ramifican.
Participar del encuentro de ARISCO me hizo meter el dedo en la herida de la pandemia. El sábado próximo va a hacer un año de mi último viaje en colectivo y extraño como loca. Jamás imaginé esto. Extraño el descanso mental de ir en viaje, la mente divagando, mirar por la ventana; sin manejar, sin estar en reunión.
Antes (algún antes) los colectivos de Buenos Aires decían en el visor de la máquina de boletos “Indique su destino”. Una frase inquietante, que urgía a resolver rápido: sobre la marcha.
Sé que no haber viajado en el año pandémico es el efecto de un privilegio, un lujo que mi situación me permite; que otra gente no puede evitarlo y se expone al virus cada día. Pero igual extraño. Cualquier día saco a pasear la SUBE y me voy a ramificar por ahí, con destino incierto.