Como inmediatamente no entendí por qué habría preocupaciones por el color de piel del bebé de Harry y Meghan, fui a leer un poco más sobre ella. La corona británica no está entre mis temas favoritos así que no sabía demasiado. Me enteré de que Meghan Markle es actriz, nacida en California, hija de -en sus palabras- “un padre caucásico y una madre afroamericana”. Y me sorprendió que la llamen “birracial”. ¿Desde cuándo existe esa palabra? Los primeros resultados de Google la muestran siempre como adjetivo de Meghan Markle, tanto en inglés (biracial) como en español (birracial). Por ejemplo, en este artículo, donde se cantan loas a la boda entre Meghan y Harry porque “celebra la cultura y la historia afroamericana”.
Birracial. ¿Cómo se hacen esas cuentas? ¿Cuántas razas hay que contarle a, por ejemplo, la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris? ¿Y a las personas que se llaman a sí mismas “marronas”? ¿Cuántas generaciones atrás hay que ir? ¿Vamos a necesitar el informe genético que dan empresas como 23andMe?
Cuando era chica, en el milenio pasado, en la escuela me enseñaron los términos “mulato” y “mestizo”, siempre desde la mirada blanca. “Los términos «mulato» o «mulata» implican una definición racializada”, dice hoy la Wiki, y aclara que surgieron “en el contexto de la colonización española de América, como una forma que usaron los conquistadores”. Entiendo que “birracial” suena menos blancocéntrico. Pero ni un poco menos obsesionado por la raza -esa hija del racismo, como decía el escritor Ta Nehisi Coates– y el color de piel.