“La abrazemia es el nivel de abrazos en sangre. El déficit de abrazemia es un cuadro nutricional ocasionado por la reiterada falta de abrazos y que por lo prolongado –el viernes 19 cumplimos un año privados de abrazos– pasó de ser agudo a crónico. Al quedarse sin abrazos, el cuerpo, y la mente, proceden de la misma manera que cuando algo les falta (hierro, azúcar, magnesio): recurrir a las reservas, como recuerdos, contactos que fueron cercanos, remembranzas, presencias inolvidables”, escribió Carlos Ulanovsky en Tiempo Argentino. “Pero hay momentos en que apelar a esos indispensables reservorios no es suficiente.”
Ulanovsky describe los efectos emocionales y físicos de este déficit. Me recordó a este sketch de Julie Nolke donde una chica visita a su yo de enero de 2020 y le pregunta cuándo fue la última vez que abrazó a alguien, y cómo estuvo, y después le pide (le ruega, le exige) tocarle la cara (que es su misma cara).
En octubre, pleno pico (anterior) de la pandemia en Buenos Aires, hice una breve encuesta en Twitter: “¿A cuántas personas abrazaste desde el 20 de marzo?”. Casi el 70 por ciento reportaba números entre 1 y 5, asociables a núcleos familiares. Un 12 por ciento respondió “Ninguna”. Una persona contestó “¿querés que llore?”. Después no pregunté más.
Cantaba Jorge Drexler el 10 de marzo de 2020, cuando le suspendieron un recital en Costa Rica por COVID: “Ya volverán los abrazos, los besos dados con calma / Si te encuentras un amigo, salúdalo con el alma”. Pasaron trece meses.
Cierra Ulanovsky : “Respecto a la abrazemia (que también podría escribirse abracemia) me apunta la médica infectóloga Liliana Lorenzo que, aunque el padecimiento existe todavía no fue desarrollado o publicado en alguna bibliografía médica existente. Pero a este ritmo no hay que perder las esperanzas.”