¿Qué tan alto se puede llegar en términos de jerarquías políticas? ¿Qué tal ser la presidenta de la Comisión Europea? Eso tampoco garantiza un trato igualitario en términos de género.
El miércoles explotó el Sofagate, una metáfora escenificada: el juego de la silla. Este video muestra la situación en quince segundos: la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula Von der Leyen, entra junto a su par belga Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, en una sala donde les espera Recep Erdogan, presidente de Turquía, en Ankara. Es una visita diplomática, protocolar, y bastante importante. Pero solo hay dos sillas; Erdogan toma una, y Michel, la otra. Von der Leyen queda parada, incómoda, y murmura “Ehm”, moviendo las manos. Finalmente se sienta en un sofá, a tres metros de los hombres, visiblemente molesta.
No es que no tengan más muebles: el año pasado el G20 se celebró en Turquía, y Erdogan recibió al presidente del Consejo Europeo y al presidente de la Comisión Europea (entonces dos hombres, Donald Tusk y Jean-Claude Juncker) en sillas equidistantes. En las redes, el hashtag #sofagate compitió con #GiveHerachair (“dénle a ella una silla”). Pero, plot twist: Turquía aseguró que “la disposición de los asientos se hizo siguiendo las peticiones europeas”.
El gran damnificado del sofagate fue Charles Michel. La opinión pública europea da por sentado que Erdogan es machista; hace veinte días retiró a Turquía de la Convención de Estambul, el convenio europeo contra la violencia machista. En cambio, esperaban más de Michel, representante de la comunidad de países. Muches le reprochan que no se haya levantado para cederle la silla a Von der Leyen, o que no haya elegido sentarse en el sofá junto a ella. Otres piden su renuncia. Él tardó en reaccionar y dio explicaciones poco serias, como “decidimos no empeorar las cosas haciendo una escena”. “La deriva intergubernamental europea en una imagen”, tuitearon. Los demás son memes: uno, dos, tres.