Después del agua, más agua (pesada). “Autoridades y expertos internacionales han señalado claramente que la descarga de aguas residuales contaminadas con tritio de la planta de energía nuclear de Fukushima al océano afectará el ambiente marino y la salud pública de los países vecinos”, dijo el martes Zhao Lijian, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de China. Respondía a la decisión de Japón de verter al mar los líquidos que refrigeraron los núcleos de los reactores dañados en el accidente nuclear de Fukushima (gracias serie de Chernóbyl por enseñarnos qué es el núcleo de un reactor). Ya pasaron diez años desde la catástrofe -provocada por un terremoto (N21P01) y su tsunami (N31P02)-, y enormes tanques siguen almacenando 1,3 millones de metros cúbicos de agua con tritio: un elemento químico radionucleido, o radiactivo.
El tritio es un isótopo natural del hidrógeno, pero se encuentra muy raramente en la naturaleza. Se llama así porque es el tercer isótopo, o hidrógeno 3. El segundo isótopo se llama “deuterio”, y permite producir tritio; eso descubrieron en 1934 Ernest Rutherford, Mark Oliphant y Paul Harteck en un laboratorio de Cambridge. Se usa como fuente de energía y, entre otras cosas, como combustible de la fusión nuclear.
Las autoridades japonesas dicen que el agua fue limpiada y ya no posee ningún otro elemento radiactivo más que el tritio, que -aseguran- es muy difícil de separar. Sostienen que su liberación no generará ningún peligro ya que su concentración será muy baja al mezclarse con el agua de mar. La comunidad pescadora de Fukushima no está muy feliz con la idea. Greenpeace tampoco: aseguran que el vertido es “no sostenible”, y que los isótopos radiactivos “tienen una vida útil de miles y decenas de miles de años”. Corea del Sur también se quejó.
Vimos Chernóbyl en 2019 (casi junto a Years and Years, con otro accidente nuclear). Mariano Fressoli decía que podía leerse como una alegoría del desastre que representa el cambio climático, una alerta. Qué tiempos, tritrí.