Un equipo científico europeo ha encontrado en la cueva de Panga ya Saidi, Kenia, los restos de un niño de unos tres años que habría sido enterrado -con amor, según dicen- hace 78.000 años. Lo llaman Mtoto, “niño” en swahili. Es la tumba más antigua de que se tenga noticia, y sirve como indicio de que en la Edad de Piedra Media ya había ritos funerarios.
“El niño, de unos 3 años, fue enterrado en una cavidad que había sido excavada específicamente para ello. Allí fue depositado en una posición intencionada y muy delicada, casi fetal, con la cabeza sobre un soporte, como si fuera una almohada. Su cuerpo fue envuelto en un tipo de sudario natural hecho con pieles de animales u hojas y, después, fue cubierto con tierra”, explicó a EFE la paleoantropóloga María Martinón Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), de Burgos, quien lideró la investigación. Se conoce el hallazgo como “el niño dormido”, o “el niño amortajado”; se lo toma como una pista del pensamiento transcendental de los homo sapiens de hace 78.000 años.
¿Por qué “Mtoto” y no “Msichana”, “niña? Entre los huesos se encontraron dientes de leche; los tejidos dentales dieron pistas de que habían pertenecido a un varón.
“El cuidado con el que fue dispuesto no sólo evidencia del dolor de los padres, sino la esperanza de que su hijo hubiera cruzado un umbral hacia otro mundo”, dice National Geographic.
No puedo ni pensar en el dolor de enterrar a un niño, un hijo. Si algo tiene de un poco menos cruel esta pandemia es que no se encarniza con les más jóvenes (en comparación por ejemplo con la epidemia de polio de 1956, tan recordada por la generación de mi madre). Vivimos rodeades de tumbas; desde el principio de los tiempos, pero especialmente durante el último año. Ojalá todes les que nos dejan se vayan con sus huesos envueltos con amor. Ojalá todes crucen el umbral hacia otro mundo, si es que ese otro mundo existe. Hace 78.000 años ya querían creer que sí.