“Al principio, no reconocí los síntomas que todos estábamos experimentando. No era agotamiento: aún teníamos energía. No era depresión: no nos sentíamos desesperados. Solo nos sentíamos sin alegría y sin rumbo. Resulta que hay un nombre para eso: languidecer”, dijo Adam Grant en el New York Times. “La languidez es una sensación de estancamiento y vacío. Se siente como si estuvieras arrastrándote para pasar los días, mirando tu vida a través de un parabrisas empañado. Y quizá sea la emoción dominante de 2021”.
Continúa: “La languidez es el hijo ignorado de la salud mental. Es el vacío entre la depresión y el bienestar: la ausencia de bienestar. No tenés síntomas de enfermedad mental, pero tampoco sos la imagen viva de la salud mental” (qué será ser “la imagen viva de la salud mental”, ¿no?). “No estás funcionando a toda máquina. El languidecimiento empaña tu motivación, altera tu capacidad de concentración y triplica las probabilidades de que reduzcas el trabajo”. Parece ser más común que la depresión: más bien, un factor de riesgo hacia ella.
Cuenta que el término fue acuñado por el sociólogo Corey Keyes, en 2002. “Le llamó la atención que muchas personas que no estaban deprimidas tampoco prosperaban. (…) No te das cuenta de que te deslizás lentamente hacia la soledad; sos indiferente a tu indiferencia. Cuando no podés ver tu propio sufrimiento, no buscás ayuda ni hacés mucho para ayudarte.”
Sebastián Campanario tomó la nota de Grant para su columna AlterEco del domingo pasado y rebautizó la sensación en porteño: “Ahí andamos, remándola” (que, para mi gusto, suena un poco más alentador que “languideciendo”). También Sonia Jalfin retomó el artículo, y destaca: “Grant lo definió también como estar meh, una onomatopeya que en la Argentina usan los adolescentes y que podría traducirse como maso”.
¿Dijeron maso? Qué ganas de decir Más o menos bien: amigos, formemos una banda de rocanrol. Quizás en primavera.