“Te dejo una mía: merecimiento. Hace un mes me operaron del corazón en la Fundación Favaloro. Suena tremendo ¿no? Pero entré y salí en el día. Ahí hacen dos a cuatro de esas operaciones al día. Por las venas de las piernas te meten tubos y herramientas y desde adentro del corazón te cauterizan alrededor de las venas pulmonares para que tu corazón deje de hacer boludeces. Mientras tanto te meten fluidos de contraste para poder crear una imagen 3D del bobo, te meten un termómetro en el esófago para no hacer macanas e integran la imagen 3D con una tomografía. Más o menos como en la película Viaje Fantástico pero con gente de tamaño estándar.
En la duermevela post anestesia empecé a rastrear hacia atrás cada una de esas cosas, los miles de horas de personas y máquinas que llevaban a ese día y hora en particular, y me quedé pensando qué le estoy dejando a la humanidad para merecer eso, para que todos esos aparatos y personas estuvieran al servicio de que yo no tenga un bobazo.
Segunda razón, una mañana disfrutando de un dulce despertar con mi chica, abrigado, limpio, bien comido me pensé como mono humanoide y me dije: ‘Miralo al monito, hasta donde llegó ¿eh?’. En el silencio escuché un tren a lo lejos. Y se disparó otra vez ese pensamiento ¿qué le doy al mundo para merecer todo esto? El confort, la calefacción, las sábanas y la frazada, el trabajo, la salud, la ropa, la comida, los transportes, esta notebook con la que te escribo, la red de datos con la que mis palabras van a viajar a vos, los auriculares con los que mientras tanto escucho Taranta Project de Enrico Einaudi (y el propio hecho de que yo al otro lado del mundo me haya enterado de que esa música existe y la pueda estar escuchando), el termo con agua calentada en una pava eléctrica y la yerba de mi mate. Ninguna de esas cosas las hice o las inventé yo.
Entonces, cambiando totalmente el sentido habitual de esa frase digo: ¿qué hice yo para merecer esto?”. (Gustavo Keimel, en un correo personal)