Ahora que respiramos, parece que los chistes sobre Donald Trump causaran más gracia. Tomás Díez lo llamaba hace unos días OrangeGutan, burlándose al mismo tiempo de su cara naranja de cama solar y de sus modos brutales. No es el único: el término circula en redes por lo menos desde 2016, cuando comenzó la carrera política de Trump.
Por supuesto que dan ganas de reírse de un matón que se ha burlado de todo lo que se mueve en el peor de los tonos, un hombre blanco, anglosajón, heterosexual y multimillonario, racista, misógino y abusador, que miente sistemáticamente y no tiene empacho en usar el poder de la presidencia más importante del mundo para alimentar su propio ego. Pero, ¿dónde nos deja esa burla frente a sus 70 millones de votantes, que seguirán con miedo de que los robots y la globalización les roben sus empleos -algo muy posible- o que venga el socialismo a comérselos? Y posiblemente, también, con bronca y algún arma.
¿Qué importa de qué color sea su cara? No se trata de eso. ¿Qué culpa tendrá el orangután (y la orangutana)?
Según acusa un militante republicano por acá, lo llaman “Cheeto OrangeGutan nazi”. Qué necesidad. Es tanto más elegante decirle, en sus propias palabras, como la gente que salió a la calle a festejar, “You’re fired” (“Estás despedido”).