Aunque ya había presenciado zoombombings, recién esta semana la escuché en contexto. Fue en boca de Alejandro Piscitelli y el equipo de la cátedra Datos de Sociales – UBA, que tuvieron el honor de abrir su primera cursada remota con este signo de los tiempos. En la clase sonaba una música que el equipo no había elegido, y en el chat reaparecía una frase en mayúsculas: prepoteo digital. Bloquearon al usuarie entre chistes; nada más propicio a la reflexión sobre plataformas que esa performance de apertura. Recién ahí, cuando la palabra nombró, la incorporé. La había leído justamente en Palabras del coronaceno, el glosario preparado por la misma cátedra: “Intrusión en la conocida plataforma de videollamadas para compartir imágenes pornográficas y/o de violencia explícita y boicotear reuniones”.
Mi primera experiencia de inseguridad videodigital fue en abril. En plena charla académica se escuchaba un jadeo, igual que en las llamadas anónimas que solíamos sufrir a través del teléfono de tubo en otro siglo. La semana pasada, en el chat de un panel universitario apareció ESTÁN TODOS DESPEDIDOS JAJAJAJJJ desde la propia cuenta institucional. Se bloqueó rápidamente a le zoombomber, pero el chat quedó escrito; todavía no nos dieron el borrador.
Una amiga me contó que en un debate en el que habían compartido la url del zoom por redes sociales les increparon e insultaron indiscriminadamente, estilo Tourette. Estos “secuestros virtuales” marcan qué poco sabemos del espacio digital que habitamos y sus reglas de facto.
Una semana después de declararse la pandemia, Techcrunch ya registraba gente colándose en reuniones ajenas y exhibiendo pornografía, entre otros microterrorismos. La palabra ya se usa más allá de Zoom, así como chicles excede a Adams.
Dije incorporar, presenciar. qué manera de extrañar poner el cuerpo.