Eso de “Te encontraré una mañana dentro de mi habitación” fue la primera letra de canción “para grandes” que reconocí. Era performativa: yo la encontraba una mañana, o más de una, casi todas, dentro de mi habitación. Llegaba desde el tocadiscos del living. Pregunté a a quién encontraría, qué era eso de “prepararás la cama para dos”. Me dijeron alguna vaguedad, “para una amiga”, algo así.
Acostarse con la muerte. Que ella prepare la cama.
Después vinieron decenas de otras canciones que me tocaron más de cerca. Pero esta es la primera.
Y a lo largo de los años pensé mucho en la muerte de Charly. Más bien me persiguió esa idea, me preparaba. Estaba segura de que llegaría y me rompería.
A los quince circulaba por la vida con una camperita de jean en la que llevaba una hoja de cuaderno doblada en ocho. Era una carta para Charly, por si el destino me lo ponía a tiro. No había mail, no había dm, nada; caminaba atenta a ver si lo veía. Había aprendido a tipear y en una máquina de escribir eléctrica le había pasado unos trabajos a mi viejo, la primera changa paga de mi vida: me fui a Musimundo y compré los CD de Yendo de la cama al living y Clics Modernos.
La carta decía algunas cosas pero sobre todo decía GRACIAS.
Yo sentía que le debía la vida. Esa deuda de gratitud me atormentaba.
Un par de años después saltó por la ventana de mi aula de quinto año al patio y tocó en mi fiesta de egresados, como una aparición.
Perdón la autorreferencia idiota. No sé cómo hablar de Charly sin hablar de mí. Leo todo lo que circula sobre él y veo que no soy la única: demasiados egos. Supongo que es el efecto García: es parte de cada une. Se hizo carne en mí. Nos hace.
Miro los recitales en YouTube. Abrazado al Negro García López, que se mató en un accidente de ruta en 2014. Con María Gabriela, que murió de un paro en 2003. Con Cerati. Con Spinetta (que sí me alcanzó con su muerte en una redacción, y casi entierro el cierre). Todos estos años de gente y Charly está aquí, al piano. Claro que no es el mismo; yo tampoco soy la misma, ¿quién podría?
Pero acá estamos. Charly vivió resucitando, dice Florencia Angilletta. Celebro, celebro enormemente homenajearlo en vida.
Quisiera hacer fiestas en su honor en todas las plazas de la ciudad, cortar todas las avenidas para él, pausar todos los ruidos (destruir todas las tiendas de los burgueses / y todas las academias del mundo) para que sepa que lo amamos, que GRACIAS.
Categoría: número 59 (la indómita luz)
2. Inconsciente
“El recital de Serú 92 fue ese negocio a cielo abierto donde estuvo insoportable y el escenario parecía el living de Coronel Díaz, y que a los diez minutos de terminado se vanaglorió de juntar un millón de dólares. Mientras, en un momento, con una remera con el cuello estirado, drogado, hermoso, tocó ‘Canción de Alicia’ y la puso a años luz del festival de interpretaciones que tuvo la canción (que si los brujos, que si las Morsas): cuando la terminan de tocar Charly se queda solo en medio del escenario, y grita ‘¡Alicia vive!’, y rasga la guitarra, le quiere sacar algo, una última electricidad azul. Y las luces se apagan y se acaba el misterio. En un punto, en el grito de ‘Alicia vive’ hay más memoria que en todo el cancionero oficial de la memoria. ‘Alicia vive’ es un grito de guerra que no entra en ninguna canción de León Gieco o Víctor Heredia. Era, incluso, un instante que volvía a poner la memoria bajo un relámpago vivo, flecha de cobre, porque en verdad su palabra no es memoria. La palabra de Charly es inconsciente. ‘Lo que hay detrás de aquel espejo’. Lo siniestro. Charly no escribe una ‘Carta Abierta a la Junta’, ni imaginó su muerte, ni se quedó a ligar el premio a las disidencias a tiempo. Ni siquiera pudo explicar qué era Canción de Alicia. Charly no explica a Charly. Con esa flecha vuelta hacha arrancó las flores de la primavera democrática y después se las puso todas en la tapa de Cómo conseguir chicas. El que quiere estar liviano. Liviano como el valor de un austral, García termina la década en el aire. Lo que lo hace tan argentino a García parece otro tic borgeano: el desapego. Inconsciente y desapego. El que dice las cosas a tiempo no hace el negocio de la memoria sino el del futuro. ¿Por qué nací acá? Porque nací acá. El rockero argentino y la tradición.” Martín Rodríguez, en revista Panamá.
3. Rucci
“El instrumento más relevante [de Clics Modernos], para mí, es la máquina de ritmos TR808, un aparato increíble que Roland había sacado hace muy poquito. De hecho había muy pocas en el mundo y se la tuvo que ir a buscar a Estados Unidos. Es la que suena en “Inconsciente colectivo”: una especie de loopera vintage, rectangular, con un montón de botones y perillas, que sintetiza sonidos de baterías y percusiones. O sea: vos podías programar toda la batería de un tema con estos sonidos. Le dabas play y tocaba sola. Hoy es una pavada eso; lo hacés con cualquier teclado con sequencer o con la compu. Pero en el 83 era algo súper novedoso, y a Charly le vino al pelo, porque podía armar los temas él solo, en su casa, mientras Charly le hacía la base. Recordemos que el año anterior se había quedado sin banda. La bautizó Rucci, en honor al dirigente sindical asesinado en el 73, dos días después del triunfo de Perón en las elecciones”, cuenta Sebastián Furman, en el maravilloso podcast La canción sin fin.
“En Clics Modernos (…) cruzó New York con la resistencia rupestre a la dictadura que se iba (“Lennon y Rucci”)”, dice Martín Rodríguez. “Charly encarnó la lucidez de esa ‘contracultura’: una politización adentro de otra. Lo primero: mirar con extrañamiento lo que la militancia naturalizaba en los setenta. ¿Y qué era eso? La muerte, la propia y la ajena, la disciplina del cuerpo, las colimbas militares, las colimbas militantes, la censura, la autocensura, la pesadilla azul. ¿Y qué miraba con extrañamiento en los ochenta? Los ritmos primaverales de esa vuelta que no veía su propio zombie, su propia sombra. “Transas” es la canción para darle vuelta el bolsillo a la época. García, que era un gran importador de tecnología, de teclados, de músicas, de ideas, trae que la democracia viene con el mercado bajo el brazo”. Sintetiza Florencia Angilletta: “vino con la democracia de mercado bajo el brazo en Clics modernos”.
4. Conflagración
“La Organización Mundial de la Salud recomienda entre 10 y 15 metros cuadrados de espacio verde por habitante. El gobierno de la ciudad sostiene que tenemos alrededor de 5 metros cuadrados por habitante (…). Pero no hay 5 metros cuadrados porque este espacio verde se considera tradicionalmente un espacio de suelo absorbente, y el gobierno contabiliza como espacio verde de las plazas secas, los caniles, los cartelitos en la calle, la Corrientes del metrobús y también los cementerios y otras ridiculeces. Hoy la ciudad de Buenos Aires no debe llegar ni siquiera a 3 metros cuadrados por habitante, y en barrios muy damnificados por la construcción, como Caballito, están a menos de un metro. La poda inmoral, única en el mundo de tres veces por año, ha dejado a los árboles tan mutilados que ya no pueden cumplir con sus funciones específicas: tenemos un genocidio arbóreo y un genocidio urbano.
(…) Buenos Aires tiene quince mil quinientos cincuenta habitantes por kilómetro cuadrado. ¿Queremos seguir construyendo para que los inversores sigan invirtiendo en ladrillos y nosotros nos quedemos afuera? (…) En catorce años destruyeron nuestro patrimonio, nuestro acceso a una vivienda sana, a una vivienda accesible; pisotearon las huellas de nuestra memoria, violaron la entrañable identidad de los barrios porteños, la balneabilidad de nuestra costa; se robaron el aire, el horizonte, violaron nuestro paisaje, ese que era el lenguaje de infancia. Ese que era nuestro futuro. Y se llevaron puesto el futuro. Esto, señor Larreta, señor García Resta, no es progreso: es una conflagración. Nos lo venden como progreso. Somos como el angelus novus de Walter Benjamin, si se me permite la metáfora: un ángel que no puede desplegar sus alas hacia el futuro porque desde el pasado le tiran cascotes de ruinas de cemento hasta sepultarlo definitivamente”.
Gabriela Massuh en la Audiencia Pública de la Legislatura Porteña en torno a la la construcción de torres de 145 metros en la Costanera Sur.
5. Shinrin yoku
“Cómo es el ‘baño de bosque’ que la ciencia recomienda para mejorar el trastorno de ansiedad” tituló Infobae el martes. “Científicos de la Universidad de York indican que bastarían de 20 a 90 minutos en la naturaleza de manera regular por al menos 8 semanas para percibir los cambios”. Y después: “participar de manera periódica en más ‘actividades basadas en la naturaleza’ puede mejorar la salud mental entre los adultos, incluso para aquellos que ya luchan con una condición de salud mental preexistente”. Fui al paper porque me sorprende infinito que el sistema científico del primer mundo gaste fortuna en mostrar que llueve de arriba para abajo. Pero me alegra: quizás si lo dice la Universidad de York ahora sí los gobiernos escuchen. “En Japón la ‘terapia de bosques’ es una práctica muy extendida y con grandes resultados”, me cuenta Martín Tufró. Y me regala el nombre en japonés: shinrin yoku.
“Significa literalmente ‘absorber la atmósfera del bosque’ y fue acuñado inicialmente por técnicos de la Agencia Forestal de Japón. Pero el concepto está inspirado en prácticas budistas ancestrales y en el sintoísmo, una religión nativa de Japón que venera los espíritus de la naturaleza.”, se explica en este artículo de BBC de 2017. “Hemos pasado el 99,9% de nuestra evolución en ambientes naturales”, dice el antropólogo Yoshifumi Miyazaki, de la Universidad de Chiba. “Nuestras funciones fisiológicas aún están adaptadas a esos entornos y en el día a día podemos alcanzar una sensación de bienestar si sincronizamos nuestros ritmos con los del medio ambiente”. Según la Wiki, su equipo midió “la concentración en saliva de cortisol (un biomarcador del estrés) en individuos expuestos a un ambiente de bosque, resultando significativamente menor que en los individuos que habían permanecido en un ambiente urbano”.
Hay Baños de bosque Argentina, en Cariló.
Durante la pandemia tomé la costumbre de tocar algún árbol por la mañana: una descarga a tierra.
6. Sextear
Sextear está muy cerca de sestear. (Y eso que esto fue escrito antes de la foto siestera del culebrón).
Lo que más me gusta de la palabra es cómo pone en evidencia las relaciones carnales entre sexo y texto.
La clave está en “ex”: lo de fuera. Literal del diccionario Sopena: “el punto de partida del movimiento, la salida del interior de un objeto”.
Siestas palabras.
7. Libridinoso
Esta la encontré en una imagen que tuiteó la librería Eterna Cadencia, cuando ya tenía escrita la palabra anterior. “Libridinoso. Que siente una inclinación exagerada al deseo textual”. Lo encuentro también en un posteo de 2017 que muestra una foto de una pizarra con este texto “vista en Badalona”, y en muchas otras imágenes online. Rastreando hacia atrás en Twitter, llego a agosto de 2015, con la frase atribuida a la librería Re-Read de Barcelona, aquí y aquí.
8. Tentempié
Siempre me pregunté por qué Charly no es muy conocido fuera de Argentina. Un artista popular pero de culto, porque no hay nada que explicar, solo sintonizar. Pasa o no pasa.
Charly tiene filo. Esto de sé que te puedo estimular, sé que te puedo lastimar. El famoso oído absoluto que es también una suerte de mirada absoluta, de sensibilidad absoluta: antena desnuda. Siempre ve más lejos, siempre ve antes, quizás vea demasiado. “Nunca su reloj interno se ecualizó con el reloj externo”, dice Martín Rodríguez. Charly camina sobre ese filo, y hasta baila, y hasta nos hace bailar: la ruta del tentempié. ¿Cómo maneja la emoción Charly? La mía, la nuestra. ¿Cómo lo hace? Siento que él tampoco lo sabe. Él no quería conmoverme, simplemente me pega de un solo único tiro en el único blanco. Antena absoluta sintonizando y emitiendo más allá de cualquier voluntad. Un conmover que es siempre potencia, energía, siempre hacia afuera. Una energía que me sostuvo durante decádas, en equilibrio dinámico, en pie mientras saltara, los brazos arriba. Pero si insisto, yo sé muy bien.
Dice Florencia Angilletta que en él (“en”, no “con” él: Charly como lugar común) nunca estamos a salvo. Quizás sea la clave;. un forjarse en el riesgo. Mi yo adolescente se hizo ahí, en ese filo, esa condensacón: mirada y palabra. Estaba en llamas cuando me acosté.
Charly es de verdad. Es demasiado de verdad, para bien, para mal. Peligrosamente. A esa verdad no hay con qué darle: te emboca, siempre.
La entrada es gratis; la salida, vemos.
9. Antena
¿De qué hablan las canciones de Charly? Miro el abismo. Las canto hace 35 años y no sé. No puedo recordar ni una canción de amor suya en el sentido estándar; las que se me ocurren -”Tu amor”, “Quizás porque”- siempre están firmadas a cuatro manos. Sí, claro, las primeras hablan de la dictadura, después del país, la cósmica cintura es el folclórico ataúd de un DC-10. ¿De qué habla “Suicida”, o “Filosofía barata”, o “Reloj de plastilina”? Pero si vas hacia el mar al amanecer quizás extrañes a la pared. Dice Florencia Angilletta que todas hablan de la sociedad. En el desierto de los 90 yo entendía que hablan de él, y por extensión, generosamente, de mí y de vos, rescatados del barro, reveladas; de estar viva en un mundo indiferente y bello. Esta pobre antena. Escucho un tango y un rock y me invento que soy yo, y vos también, y eso nos une.
La verdad, entender qué dice es lo de menos; en estos 35 años no lo pensé. Escucharlo, y cantarlo con todo el cuerpo -particularmente, en vivo- fue para mí (y sospecho que no estoy sola), el descanso de no pensar. Lo que más tarde busqué en algún otro entretenimiento adulto. No razonar, desaparecer; conectarme a su energía, a la gran antena, y fundirme; parar la mente, entregar el cuerpo, descansar en esa combustión real, incandescer.
10. Vivir
Circula un clip de 1992, una entrevista de un joven Antonio Birabent.
-Charly, ponete por un momento, imaginate en el escenario de Córdoba, de Buenos Aires. Estás por empezar a tocar el primer tema de Serú. ¿Qué vas a pensar? ¿De qué te vas a acordar?
-Me voy a acordar de cuando era feliz. En serio. Me voy a acordar de los ángeles que me protegen contra los demonios que tratan de participar de la nada, que como en esa película, La historia sin fin, la nada es una cosa que alimentamos quizás nosotros mismos al desinteresarnos de las cosas que importan. Entregarse, no sé, a un dios, no a ese dios barbudo y estúpido que nos hacen creer, sino a esa cosa que te hace vivir.