Entré a 2022 leyendo Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit. Empieza hablando de dejar la puerta abierta a la oscuridad. “«Importa poco no saber orientarse en la ciudad», dice el filósofo y ensayista del siglo XX Walter Benjamin. «Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje». Perderse: una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, ido, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja. Según la concepción de Benjamin, perderse es estar plenamente presente, y estar plenamente presente es ser capaz de sumergirse en la incertidumbre y el misterio. Y no es acabar perdido, sino perderse, lo cual implica que se trata de una elección consciente, una rendición voluntaria, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía.
Aquello cuya naturaleza desconocemos por completo suele ser lo que necesitamos encontrar, y encontrarlo es cuestión de perderse. La palabra lost, «perdido», viene de la voz los del nórdico antiguo, que significa la disolución de un ejército. Este origen evoca la imagen de soldados que rompen filas para volver a casa, se dan una tregua con el ancho mundo. Algo que me preocupa hoy en día es que muchas personas nunca disuelven sus ejércitos, nunca van más allá de aquello que conocen.”
Solnit recorre, merodea -se pierde intencionalmente en- los distintos sentidos de lost, getting lost. Pienso en la palabra “perdición” en castellano. Creo que en inglés no hay “perdición” asociada a lost; hay perdition o downfall, “caída”. Lástima. Porque hay algo en la perdición de disolución de los ejércitos, de entregarse a la corriente y que me lleve donde quiera. Perderse, perder la cabeza; lo contrario de sentar cabeza, de settle down. Una guía sobre el arte de la perdición.
“Perder cosas tiene que ver con la desaparición de lo conocido, perderse tiene que ver con la aparición de lo desconocido”, dice Solnit. “La pregunta, entonces, es cómo perderse. No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo, y en algún lugar de la terra incognita que hay en el medio se extiende una vida de descubrimientos”.
Categoría: número 68 (una tregua con el ancho mundo)
2. Errar
En La Sociedad Errante, Keri Smith cita la definición de diccionario de “errar”: “caminar, explorar o deambular sin planificación ni objetivo, con una plena apertura (N67P10) a lo desconocido”.
Después dice: “El errar no se refiere a ningún lugar o destino particular, no consiste en llegar de un lugar a otro ni en el movimiento como medio para un fin. Antes bien, consiste en dejar vagar el alma y la mente”.
El libro invoca a Walt Whitman, “errante extraordinario”.
“El errar es un estado de ánimo así como un acto físico. Puedes elegir adoptarlo siempre que lo necesites. Implica una inmersión plena en la situación en curso, una disposición a estar abierto a lo que surja, a lo que te encuentres en cada momento. Es existir en un estado de ingenuidad en el sentido más genuino del término, sin presuponer nada sobre aquello que observas.
Errar es introducirse en un espacio de existencia únicamente en el momento presente. El único requisito es que observes y experimentes en directo lo que tienes delante (frente a la participación indirecta o virtual).
Errar es dejar atrás las complicaciones de la vida. Puedes olvidar por un tiempo a la persona que se supone que eres y llegar a ser aquél que eres en realidad, sin el lastre de los deberes, las obligaciones y las recriminaciones. Errar es acceder a tu verdadero yo.”
El título original del libro es The Wander Society. Wander, de wanderlust, cerca de la gula geográfica (N57P10) y de wonder, maravilla (y también preguntarse, “and I wonder”): andar, deambular, vagabundear. La traducción por “errar” es polémica, polisémica. Errar es humano. Pienso en el Manifiesto Errorista: el error como camino. Al errar, en el sentido de Whitman, no hay error posible.
3. Caminar
“Caminar lleva más tiempo que cualquier otra forma de locomoción excepto el gateo. Por consiguiente, estira el tiempo y prolonga la vida. El paseo hace el mundo mucho más grande y por ende, más interesante. Uno tiene tiempo de observar los detalles”.
Edward Abbey en The Journey Home, citado por Keri Smith en La Sociedad Errante.
4. Shul
Salgo; los pies van. En cuanto entro al bosque encuentran un sendero, siempre uno diferente, que me lleva. Hay algo de milagroso en cómo se desenrolla bajo mis pies a medida que camino. Voy absolutamente sola, no veo ni escucho a nadie pero el sendero me provee una seguridad incuestionable. A veces se pasa de generoso y tiene hasta marcas de colores en los árboles. Pero no hace falta tanto: con verlo a mis pies alcanza. Ni siquiera verlo; percibirlo de algún modo subliminal, que los pies lo sintonicen, casi como un bluetooth. Habiendo sendero no necesito pensar dónde voy. Y siempre hay.
Cada sendero llega como un regalo de la humanidad. Otres pisaron ahí antes y marcaron la huella: por aquí se va a algún lado. Es más: la abrieron, y gracias a su paso, a sus pasos, no me pincho ni me raspo ni me pierdo, el bosque me da la bienvenida. Camino literalmente sobre sus huellas, las huellas que marcan la tierra. Huella en el sentido de Yupanqui.
Rebecca Solnit lo explica mejor. “«El vacío es el sendero por el que se mueve la persona centrada», dijo un sabio tibetano hace seiscientos años. El libro en el que encontré esta afirmación continuaba con una explicación de la palabra para decir «sendero» en tibetano: shul, «una marca que permanece después de que pasa lo que la hizo; una huella, por ejemplo. En otros contextos, shul se emplea para describir la cavidad rugosa que queda donde solía haber una casa, el canal erosionado en la roca por la que ha pasado la crecida de un río, la mella en la hierba donde durmió un animal la noche pasada. Todas estas cosas son shul: la impresión de algo que estuvo ahí. Un sendero es un shul porque es una impresión en el suelo dejada por el paso regular de pies, que se ha mantenido libre de obstrucciones y conservado para que lo usen otros”.
Una huella: el índice peirceano por definición, que remite a caminantes anteriores. Y un bien común.
(Señala después Solnit que en idish shul significa “sinagoga”. El sendero como templo).
5. Ecosexual
En mayo, la artista y activista Paula PIn me habló del Manifiesto Ecosexual de Annie Sprinkle y Beth Stephens (2014). Empieza así:
“(I) Somos les ecosexuales. La Tierra es nuestra amante. Estamos loce, apasionada y ferozmente enamorades, y agradecides por esta relación cada día y todos los días. Para crear una relación más mutua y sostenible con la Tierra, colaboramos con la naturaleza. Tratamos a la Tierra con amabilidad, respeto y afecto.
(II) Hacemos el amor con la Tierra. Somos acuófiles, terrófiles, pirófiles y aerófiles. Abrazamos árboles sin vergüenza, masajeamos la Tierra con nuestros pies y hablamos eróticamente con las plantas. Somos naturistas, adoradores del sol y observadores de estrellas. Acariciamos rocas, nos dan placer las cascadas, y admiramos a menudo las curvas de la Tierra. Hacemos el amor con la Tierra a través de nuestros sentidos. Celebramos nuestro punto T [our E-spot, por Earth, Tierra]. Somos muy sucies [un juego de palabras con dirt, que es suciedad pero también tierra]”.
El tercer punto dice “Somos una comunidad global ecosexual que crece rápidamente”. El cuarto, “Somos activistas ecosexuales”: “Salvaremos las montañas, aguas y cielos por cualquier medio que sea necesario”. El quinto, “Ecosexual es una identidad”: “Les ecosexuales pueden ser GLBTQI, heterosexuales, asexuales, y/o otres. Invitamos y alentamos a les ecosexuales a salir [del clóset]”. El sexto y último es un pledge, “El compromiso ecosexual”: “Prometo amar, honrar y valorar la Tierra, hasta que la muerte nos reúna aun más para siempre”.
Sprinkle y Stephens definen “ecosexual” como:
“1: Una persona que encuentra a la naturaleza romántica, sensual y sexy.
2: Una nueva identidad sexual.
3: Una persona que imagina a la Tierra como su amante.
4: Un término usado en citas que describe a personas interesadas en el ambientalismo.
5: Una estrategia de activismo ambiental.
6. Un nuevo movimiento.
7. Ver el Manifiesto Ecosexual.
8. Todavía por definir / explorar.”
El Manifiesto tiene una versión 3.0 de 2020 con addendas por el Covid-19.
“Ser ecosexual es un modo de ser anarcofeminista”, dice Charlotte von Mess en ElDiarioAr. “Se dejan a un costado los supuestos beneficios que daría el tener una pareja sexoafectiva. Ya no hay otro para que te salve ni te complete ni te cuide”. Cita el film Ammonite, donde una mujer “está horas y horas sola en la playa, que en verdad sería está horas y horas con la playa”.
Dice Annie Sprinkle que al ver a la naturaleza como a una amante, no como a una madre, ya no podemos hacerle cualquier cosa: hay un dar y recibir, una responsabilidad. Otra posición.
6. Deriva
Keri Smith cita también el concepto de deriva (dérive) de Guy Debord, “en el que ‘una o más personas abandonan durante un tiempo sus motivos habituales para moverse y actuar, sus relaciones, su trabajo y sus actividades de ocio, y se dejan llevar por los atractivos del terreno y los encuentros que van surgiendo”.
La Teoría de la deriva fue publicada en 1958 en la revista de la Internacional Situacionista. En otra traducción:
“Entre los diversos procedimientos situacionistas, la deriva se presenta como una técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos. El concepto de deriva está ligado indisolublemente al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica, y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo, lo que la opone en todos los aspectos a las nociones clásicas de viaje y de paseo.
Una o varias personas que se abandonan a la deriva renuncian durante un tiempo más o menos largo a los motivos para desplazarse o actuar normales en las relaciones, trabajos y entretenimientos que les son propios, para dejarse llevar por las solicitaciones del terreno y los encuentros que a él corresponden. La parte aleatoria es menos determinante de lo que se cree: desde el punto de vista de la deriva, existe un relieve psicogeográfico de las ciudades, con corrientes constantes, puntos fijos y remolinos que hacen difícil el acceso o la salida a ciertas zonas.
(…) El terreno pasional objetivo en el que se mueve la deriva debe definirse al mismo tiempo de acuerdo con su propio determinismo y con sus relaciones con la morfología social.”
7. Psicogeografía
La deriva fue una de las principales metodologías de la psicogeografía.
“La psicogeografía propondría el estudio de las leyes exactas, y los efectos precisos del medio geográfico, dispuesto conscientemente o no, que actúan directamente sobre el comportamiento afectivo de los individuos”, postulaba Guy Debord en 1955. “El adjetivo psicogeográfico, conservando una vaguedad bastante agradable, puede aplicarse, por tanto, a los datos establecidos por este tipo de investigación, a los resultados de su influencia sobre los sentimientos humanos, y aún más en general a cualquier situación o conducta que parezca derivar del mismo espíritu de descubrimiento”.
Debord y los situacionistas buscaban terminar con la dominación capitalista. Casi setenta años después, sus conceptos son centrales para urbanistas de todo el mundo. En 2014, Melvin Coverley publicó Psicogeografía. “Psicogeografía es el punto donde la psicología y la geografía se reúnen para evaluar el impacto emocional y conductual del espacio urbano. Tiene que ver, por lo tanto, con la relación entre una ciudad y sus habitantes pero, también con la relación entre ese entorno y sus narradores”, se dice en la web de la editorial (lo que interpreto como el análogo digital de la contratapa). La noción también atrajo al neurocientífico Collin Ellard, autor de Psicogeografía. La influencia de los lugares en la mente y el corazón (2015), que habla de lugares “de afecto”y de espacios “de ansiedad”.
En la década del 60, Kevin Lynch investigó cómo percibían las personas la ciudad de Boston pidiéndoles que dibujaran su “mapa mental”. Sin saberlo, hice algo parecido: durante años recibí couchsurfers en mi casa, y les pedía que dibujaran su ciudad, o su lugar. Tengo todavía el block de mapas subjetivos a mano alzada.
Dice José Taboada que la psicogeografía se usa para procesos de participación ciudadana en la planificación urbana. También destaca a FourSquare como ejemplo de las cartografías personales.
El mismo Google Maps está cargado de valoraciones. “Tras la información que contiene todo mapa está la información no incluida”, dice Rebecca Solnit. Siguiendo a los movimientos de cartografía decolonial y feminista: toda geografía es psicogeografía.
8. Palabra-valija
Es una traducción literal del francés mot valise, “una palabra formada por la fusión de al menos dos palabras existentes de tal manera que al menos una de estas aparece truncada o incluso irreconocible”, según la Wiki en francés. Se da como ejemplo franglais; es fácil pensar en spanglish. Pero no tan rápido: un poco después se define la mot valise como “amalgama léxica” con definiciones variables en base a distintos tipos de contracciones. La contracción morfológica ensambla dos palabras sobre una sílaba común, llamada ‘bisagra”; el ejemplo es “caligrama”, de caligrafía + ideograma, armada sobre “gra”. La morfofonológica se basa en “un segmento común, que puede ser una sola letra”. En “spanglish”, la bisagra es la n. Y después viene la contracción semántica, más floja de papeles, que invoca “un sentido común”. Ahí entraría “portuñol”, ya sin bisagra; estamos en el terreno de los acrónimos. Hay quienes usan “acrónimo” para todas las palabras-valija. Aguafiestas.
¿Pero por qué valija? Parece que mot valise es un calco del término inglés portmanteau (de origen francés). Y que la culpa la tiene Lewis Carroll.
“Well, ‘SLITHY’ means ‘lithe and slimy.’” (“Bueno, ‘SLITHY’ significa ‘ágil y viscoso’), le dice Humpty Dumpty a Alicia en Detrás del espejo. Y le explica: “Como ves, es como un portmanteu: hay dos significados empaquetados en una palabra”. Portmanteu era una valija con dos compartimentos. A su vez es un acrónimo o palabra compuesta de porter (llevar) y manteau (capa).
Algunas palabras-valija del anarchivo de diezpalabras con la bisagra más o menos clara: covidiota, covinvicta, feminazi, googleclipse, memeconomy, rurbano, psiquímica, sexnología, sextear, shottery, Traicioni. Después hay otras, como libridinoso, orangegutan, plandemia o progretariado, donde veo lo contrario de una bisagra: una sílaba tomada, hackeada por una letra. Una palabra parasitada por otra.
“El objetivo del mot-valise es hacer un juego de palabras o enriquecer la lengua”, se dice en la Wiki en francés. Una sonrisa mental al escucharla o leerla. “La palabra valija es una super palabra ficticia que guarda en su interior un revoltijo de palabras ‘reales’ que se van combinando extrañamente entre sí”, decía Horacio González. “Estas valijas no son para los aduaneros o policías de fronteras sino para los inquietos militantes de la crítica política.”
También hay quien le dice shippear, por extensión, a armar mot-valise con nombres de parejas, como el histórico Brangelina. De la valija al barco: viajar con palabras.
9. Nur-Sultan
Viajar es lo que más me gusta en la vida. A cualquier lado, cerca o lejos (gula geográfica). Pero puesta a soñar, sueño en grande: lo más lejos y desconocido posible.
En estos ya dos años cumplidos de pandemia (N18P01) me moví poco. Un domingo de invierno recibí un correo de Luciana Serrano.
“Hola Marcela. Te leo desde bastante lejos: Nur-Sultan, Kazajistán. Te cuento, porque sospecho que te puede interesar, que esta ciudad fue rebautizada hace solo dos años con el nombre del último presidente (que sigue vivo, por cierto). En medio de una estepa desértica cuyas temperaturas mínimas en invierno alcanzan los cuarenta grados bajo cero, el último presidente se propuso construir “el nuevo Kazajistan” invirtiendo billones de dólares provenientes de la explotación de minerales en la construcción y desarrollo de enormes edificios de vidrio y hierro. La ciudad es como una maqueta del futuro imaginado por un megalómano que se encuentra apretado geopolíticamente entre Rusia y China (bastante incómodo, digamos). Torres de más de cuarenta pisos, avenidas-autopistas, autos de altísima gama, veredas casi inexistentes, mega shoppings por doquier. Construyen sin parar, pero la mayoría de los edificios están vacíos. Son departamentos y oficinas esperando a “los nuevos kazajos” que vendrán, y será en no tanto que se llenen ya que tienen una tasa de natalidad que quintuplica la de España (hay incentivos gubernamentales para procrear y poblar el país). Una de las grandes banderas de Kazajistán es el desarrollo sustentable. Crearon un museo en forma de bola gigante de vidrio dedicado a las tecnologías del futuro, donde distintas empresas (estatales y privadas) muestran sus desarrollos y prometen un mundo mejor, con granjas verticales en Torres urbanas, energías renovables en cualquier casa, sistemas magnéticos que administran la circulación de paquetes, y todo tipo de tecnologías interactivas que facilitarán nuestras vidas futuras. Los guías del museo son unos robots con inteligencia artificial que hablan muchos idiomas y responden preguntas del museo y de la vida; frente a la consulta por sus creadores me respondieron ‘son muy inteligentes y me programaron para decirlo a quien pregunte’. Muy extraño y distópico todo”.
10. Enero
Me gusta enero, el mes y la palabra. Y Río de Janeiro, y la frase “me río de janeiro”, con todo su absurdo y su jarana ahí, a la vista, como la gente en sunga y bikini de hilo dental tenga la edad que tenga, me río de janeiro igual.
De septiembre a diciembre, los meses son una numeración. Pero no dan las cuentas, ¿por qué septiembre es el nueve en vez del siete? El misterio de enero.
Esta semana cumplió años Virginia Avendaño, querida amiga, lectora, colaboradora y mecenas de esta cartita. Pensé en regalarle “enero”, y gracias a ella busqué y encontré.
Enero es el mes de Jano, el dios de las puertas, de las aperturas (N67P10).
Dice Javier Álvarez en Delcastellano.com:
“Jano, ianus, era una divinidad puramente itálica sin equivalente en otras mitologías. Su propia etimología no está del todo clara, pero lo más probable es que esté relacionada con la raíz del verbo «ir», *h₁ey‑, en consonancia con la atribución del dios de dar paso, entrar, ser la transición, marcar el final y el comienzo. La palabra propiamente latina para «puerta» era ianua —porta se refería a algo más importante, por ejemplo las de la ciudad. Se conserva aún en el sardo janna ‘puerta’ y en el gallegoportugués xanela o janela ‘ventana’ (se entiende que era una puerta pequeñita).”
En Pregunte.es explican que Jano tiene dos caras y dos nombres: “Jano Patulsio (patulsius), así era invocada la cara del dios que se ubicaba delante de la puerta por quien deseaba atravesarla (para entrar o salir). La cara que se le opone del otro lado de la puerta es invocada como Jano Clusivio (clusivius)”.
Me acuerdo del cameo de Jano en el párrafo de Voloshinov que cito desde la N00P01, De nazi. “Todo signo ideológico vivo posee, como Jano bifronte, dos caras. Cualquier injuria puede llegar a ser elogio, cualquier verdad viva puede inevitablemente llegar a ser para muchos la mentira más grande”.
Jano “es el dios de los cambios y las transiciones, de los momentos en los que se traspasa el umbral que separa el pasado y el futuro. Su protección, por tanto, se extiende hacia aquellos que desean variar el orden de las cosas”, dice en Pregunte.es. Y por ahí leo que
representa “la incertidumbre de lo que está por venir.”
La puerta abierta a la oscuridad.
Por suerte es enero.