Una donación de Paula Salerno, que me manda este link de Infobae. “Europa estudia una nueva estrategia: aceptar el virus”, se titula. “Los países alistan un cambio de enfoque que pase del modo crisis al control de daños, y abordar el COVID de forma similar a la gripe o el sarampión”. Y luego: “La estrategia ha sido apodada ‘gripalización’ del COVID-19 por los medios españoles.” En Cadena Ser, Ángeles Barceló le preguntó a Pedro Sánchez, presidente del gobierno, si se está yendo “a una gripalización de la pandemia”, y él respondió “estamos trabajando en ello”.
Se habla también de “gripalizar”, como en este título de la BBC. Muchas voces subrayan el “riesgo de gripalizar” el COVID-19, o dicen que es demasiado pronto para hacerlo; entre ellas, las de la alicaída OMS. Me causa un poco de gracia lo de “gripalizar”, porque implica una cierta agencia, un poder de decisión, como si le ordenáramos al virus: “y ahora, en forma de gripe”. Como si en los últimos dos años le hubieran importado nuestras órdenes.
Cierto que el virus, su realidad biológica, es solo una fracción de la enfermedad, y que el resto se arma en la cultura: con el peso que le ponemos o le sacamos, los cuidados que aplicamos o dejamos de aplicar, los protocolos y los estigmas. Esa parte sí está en manos humanas.
Todo el discurso sobre gripalización es pasto para los movimientos conspiranoides que porfían que la pandemia nunca existió. “Llevan dos años queriendo ‘covidizar’ una gripe y ahora quieren ‘gripalizar’ los efectos de las vacunas…”, tuiteó @Dem1Reg el domingo.
Hasta la Fundación de Español Urgente de la RAE tiene una entrada motivada por una consulta que dice “el presidente del Gobierno español ha usado la palabra gripalizar” (no pude encontrar a Sánchez diciendo eso: fue la periodista). En Fundeu afirman que el verbo “está bien formado”, lo mismo que el sustantivo “gripalización”, y que las comillas son optativas. Aclaran: “No se refiere a convertir la covid en gripe, sino a hacer una vigilancia centinela de la covid similar a la que se hace para la gripe”. Pero es justo esa necesidad de aclaración lo que muestra el problema. Estará bien formado, pero semánticamente es un lío. Uno más.
Categoría: número 69 (se mueve se mueve)
2. Endemia
Lo que sí dijo Pedro Sánchez en Cadena Ser: “Tenemos que ir evaluando la evolución del covid hacia una enfermedad endémica”.
Y a partir de ahí, algunos medios publicaron que la ONU se plegaba a estas medidas para “endemizar” la pandemia. Aunque nadie afirmó eso: el 12 de enero, ante la pregunta de un periodista que citaba las palabras de Sánchez, el vocero del secretario general dijo que dejarían que la OMS “lidie con eso”, y que “seguirán sus pasos”, según esta transcripción oficial. Pero la fake news ya rodaba; medios de todo el mundo explican qué es una endemia.
Y acá viene lo desconcertante: se asocia a un límite espacial. “Endemia (del francés endémie, y este del griego ἔνδημος, transliterado éndēmos, «del territorio propio») es un término utilizado para hacer referencia a un proceso patológico que se mantiene de forma estacionaria en una población o espacio determinado durante períodos prolongados”, dice la Wiki. Es decir, no es menos grave que una pandemia, sino menos global.
Desde la OMS, Catherine Smallwood dijo que “ciertamente todavía no estamos para llamarlo una endemia”. Anthony Fauci, de Estados Unidos, dijo que la endemicidad significaría “una presencia no disruptiva sin eliminación”. “En” Davos, Mike Ryan, de la OMS, fue más cauto: “Endemia no significa algo bueno, solo significa que estará aquí para siempre”.
El miércoles Christopher Murray publicó en The Lancet (¿otra vez The Lancet?) un artículo prometedor: “El Covid-19 continuará pero el fin de la pandemia está cerca”. Puntualiza: “Uso el término ‘pandemia’ para referirme a los extraordinarios esfuerzos sociales en los últimos dos años para responder a un nuevo patógeno que cambió cómo las personas viven sus vidas y cómo se desarrollaron las políticas de respuesta de los gobiernos. (…) La era de las medidas extraordinarias terminará después de la ola de omicron”.
Señala mi amiga Natalia Ginzburg que en estos días escucha decir “salir de un covid”; “como si se asumiera que es repetible, como la gripe”.
Empecemos por sacarle las mayúsculas a ‘covid’. Ya es hora.
3. Covirgen
“Una fase superior del “covinvicta” (N35P01) acuñado por Ana Laura Maizels en mayo de 2021, en plena segunda ola. Esta se la leí a otra amiga, Eugenia Zicavo. Según veo en Twitter, circula desde 2020, pero cobró impulso en 2021, y se afirmó en 2022: se usa hasta en India, con tarjetita y todo.
‘Covirgen’, ni qué decir, es un retrónimo (N36P01): define algo que es igual que antes pero ahora se ve distinto, porque se compara con algo nuevo. ‘Covinvicta’ también lo es, pero con un matiz diferente: está montado sobre una de las metáforas bélicas que codifican la enfermedad. Hay una batalla, ganás o perdés. En cambio, ‘covirgen’ habla de cierta inexorabilidad. Lo normal cambió de bando. Ya no hay batallas: hay algo que perder y punto, y va a pasar más pronto o más tarde, a menos que te metas en un convento de clausura. Un rito de pasaje.
Otro aporte de Natalia Ginzburg, etnógrafa del covid: ya hay una fórmula convencionalizada para responder a un mensaje donde alguien cuenta (¿avisa?) que contrajo el virus. Lo que hasta el año pasado eran variantes de “uhhh”, “¿cómo estás?”, o “¿necesitás algo?”, con omicron se resume en dos palabritas: “pronta recuperación”. Porque, cada vez con más frecuencia, quien las dice ya pasó por ahí, y sabe de qué se trata. O intuye que le va a tocar en breve.
4. Wordle
“Wordle es la masamadre de omicron”, tuiteó la semana pasada Emily Coleman. Me reí. En un estante de la cocina todavía está la mancha que dejó la masamadre una noche en que le dio finalmente por levar, en abril de 2020.
Todo va tan rápido que siento que Wordle ya es un términio viejo. En el negocio de las palabras no te podés tomar un par de semanas de vacaciones que se te pudre la mercadería. Sabrás disculpar.
Wordle es un juego tan ñoño que encaja perfecto tanto en el invierno de ómicron como en el verano: funciona en el encierro con estufa y con aire acondicionado. Su mito de origen fue publicado por el New York Times como “Una historia de amor”: cuentan que “un ingeniero de Brooklyn lo creó para su pareja”. Lo simpático es que justo justo se apellidaba Wardle, así que era cuestión de cambiar una letrita nomás para tener el nombre listo. Otra que palabra-valija (N68P08).
Su juego pasó de tener 90 jugadores el 1 de noviembre a 300 mil el 2 de enero y dos millones diez días después, según The Guardian.
““Creo que la gente como que aprecia que hay esta cosa en línea que simplemente es divertida”, dijo Wardle. “No intenta hacer nada raro con tus datos o tu atención. Solo es un juego divertido”. No es una cuestión menor. Me recuerda a la idea de User First Software (software que priorice al usuarix) que impulsa Lucas Dima, el creador del anarchivo de diezpalabras. A primera vista, Wordle parecería cumplir con las propiedades propuestas por Lucas: es disfrutable, es transparente, no tiene avisos ni trackeo ni spam (creo, espero). Lo único que sí tiene es esa insistencia a publicar en redes sociales. Leo que se sumó en diciembre, “para que los jugadores pudieran presumir sus victorias de modo que no arruinara la respuesta del acertijo”.
Ah: la versión en español salió “en dos tardes”, según cuenta el programador colombiano Daniel Rodríguez en Xataka. Él no lo menciona, pero es obvio que gozó de la libertad de copiar y versionar libremente el juego, sin condicionamientos de propiedad intelectual de ninguna índole. Fair play.
5. Transitar
Hace unos días le pregunté a Natalia Ginzburg: “¿Estás transitando covid?” Solo cuando ella me marcó la palabra me di cuenta de dónde la traía. Venía del fondo del lejano otoño del 2021, de un mail de la maestra de mi hija, textual.
Me interesa la ambigüedad que trae el uso medio forzado del verbo, a duras penas gramatical: “transitar” solía ser, valga la contradicción, un verbo intransitivo. Alguien transita (en general, por un lugar); no alguien transita algo. Pero este cambio ya viene de hace rato. Pienso en la frase “estoy transitando un perro”, que refiere a cuidar al animal durante un tiempo hasta encontrar quien lo adopte. En ese contexto, también se habla de “dar tránsito”. Donde lo que transita, se mueve, sería el perro, de una situación a otra (de abandonado a adoptado). Entonces la transitividad del verbo se complica, ¿quién transita (a quién)? Y algo así, me parece, podría aplicarse al covid también. En el “estamos transitando covid” de la maestra, era su familia la que transitaba (una situación). Pero también le daba tránsito, asilo transitorio y paso, al virus. Se sabe: muerto el perro, muerta la rabia; el virus nos necesita con vida para poder vivir. El virus transita por nuestros cuerpos, de uno en otro. Nosotres transitamos la situación. Natalia se refirió a sí misma en un audio como “covid saliente”, donde el covid se convierte en una especie de lugar: lo esquivamos, si no hay más remedio lo transitamos, entramos, pasamos, salimos del trance. (No es nuevo: viene de “salir de una gripe”, por ejemplo). Pero a la vez, es el covid (o la gripe, para el caso), la que entra en el cuerpo, se aloja, hace lo suyo, sale, en tránsito perpetuo. Quién contiene -aloja- a quién, quién pasa. Quién tiene la agencia. Quién manda. Se dice desde marzo de 2020, desde la lejana Sopa de Wuhan, ya es un cliché: este virus desafía el antropoceno, el delirio ese de la especie superior que controla alguna cosa. Tránsitos y transiciones.
6. Cansada
“Voy a hablar de la palabra que más escuché decir en los saludos de fin de año”, escribía Patricia Kolesnicov el 5 de enero. “¿Cómo estás? Cansada, cansado, cansada, cansado, cansada. ‘Quemada’, incluso, cuando ‘cansada’ ya no alcanzaba. Ese fue nuestro estado en 2021.
Dirán que 2021 resultó una cola larga de 2020, que los dos años se empastaron y al final del segundo cargábamos también con todo el primero, que fue la cuarentena, el asombro, el miedo, la muerte como Pancho por su casa. Cansada.
Dirán que 2021 sumó al cansancio de la cuarentena, el del intento de normalidad. Tenemos el barbijo, los cuidados, pero además las calles llenas de autos, la vuelta -más, menos, en fin- a la presencialidad, las corridas. Cansada.
Dirán que la vida digital al mango de la cuarentena acabó con cualquier cosa parecida a la desconexión, el horario de trabajo, el ocio como tal, la posibilidad de hacer una-cosa-por vez. Cansada, cansadísima.
Nada nuevo, acotarán los memoriosos. Ya en 2010, el filósofo coreano Byung-Chul Han, publicó La sociedad del cansancio. No había ningún COVID mediante, pero Han señaló que la sociedad ‘disciplinaria’, en la que si no hacías algo -tu trabajo– eras sancionado, había llegado al límite de sus posibilidades de producir. Y que, para producir más, habíamos entrado en la ‘sociedad del rendimiento’.
En esta modalidad, dice, el verbo es ‘poder’, poder sin límite. Puedo, puedo, y me autoexploto en el camino. Y, encima, siento que así me realizo. ‘Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan a la prohibición, el mandato y la ley’, dice. Y si no marchamos tan bien, si nos agotamos, nos deprimimos. Cuando no podemos ‘poder más’, dice, nos autoagredimos. Nos lo reprochamos. (…)
Claro que así, incansables, somos más dioses que la idea que tenemos de Dios. En la Biblia, ese relato fundador de culturas, Dios, que es todopoderoso, descansa un día. No se lleva laburo a la casa, no va adelantando, no tiene una reunioncita por zoom, no se va al baño a responder mensajes sin que lo vea la familia. Dedica un día a no producir más y lo declara sagrado.
Esta columna debió haber escrita hace una semana, con las notas de fin de año. Disculpen, no daba más.” Yo también le llego tarde.
7. Sindemia
Jorge Viale me acerca esta palabra, que encontró en un artículo de Santiago Alba Rico publicado hace un año en Contexto. “El pasado mes de septiembre [de 2020], Richard Horton publicaba en la conocida revista The Lancet un artículo cuyo título puede resultar provocativo o sospechoso: “No es una pandemia“. (…) Horton sostenía que no nos enfrentamos hoy a una pandemia sino a algo más complejo y, por lo tanto, más peligroso: una “sindemia”; es decir, un cuadro epidémico en el que la enfermedad infecciosa se entrelaza con otras enfermedades, crónicas o recurrentes, asociadas a su vez a la distribución desigual de la riqueza, la jerarquía social, el mayor o menor acceso a vivienda o salud, etc., factores todos ellos atravesados por una inevitable marca de raza, de clase y de género. La sindemia es una pandemia en la que los factores biológicos, económicos y sociales se entreveran de tal modo que hacen imposible una solución parcial o especializada y menos mágica y definitiva.”
Decía Horton: “La noción de sindemia fue concebida por primera vez por Merrill Singer, un antropólogo médico estadounidense, en la década de 1990. Escribiendo en The Lancet en 2017, junto con Emily Mendenhall y sus colegas, Singer argumentó que un enfoque sindémico revela interacciones biológicas y sociales que son importantes para el pronóstico, el tratamiento y la política de salud. Limitar el daño causado por el SARS-CoV-2 exigirá una atención mucho mayor a las enfermedades no transmisibles (ENT) y la desigualdad socioeconómica de lo que se ha admitido hasta ahora. Una sindemia no es simplemente una comorbilidad. Las sindemias se caracterizan por interacciones biológicas y sociales entre condiciones y estados, interacciones que aumentan la susceptibilidad de una persona a dañar o empeorar sus resultados de salud. En el caso de la COVID-19, atacar las ENT será un requisito previo para una contención exitosa.”
8. Colaborativo
El viernes Gabriel Boric presentó el próximo gabinete de Chile, con catorce mujeres (entre ellas una nieta de Salvador Allende, Maya, en Defensa), una edad promedio de 42 años y raíces en la educación pública y las luchas ambientales y sociales.
Su hilo de Twitter comienza así: “Conoce aquí al Equipo de Gobierno, que realizará un trabajo colaborativo pensando en el país”. Y después, en cada pieza gráfica, aparece en la esquina superior derecha el lema “Colaboración y trabajo en equipo”. Un poco me emociona la reaparición de la palabrita; la frecuenté muchos años desde el plan C y el Encuentro Comunes. Llegó un punto en que la sentí gastada. Boric la enarbola; por ejemplo, en esta entrevista con BBC Mundo.
“-Usted siempre responde en plural, en circunstancias que todas las preguntas se las he hecho a usted, probablemente porque usted toma sus decisiones parlamentando con el resto de su equipo. Me refiero a esa lógica de asamblea que utiliza su conglomerado para tomar las decisiones, que puede que sea muy democrática, pero ¿le parece eficiente a la hora de tomar decisiones?
-Hay harto mito en esto de las asambleas. Toda organización requiere de algún tipo de orden. Y el desafío que nosotros tenemos como gobierno es generar un nuevo orden.
-¿Puede definir ese “nuevo orden”?
A lo que nosotros aspiramos es a poder construir una sociedad colaborativa, en donde parte de sus integrantes no queden abandonados ni discriminados por las condiciones de vida que les haya tocado vivir, y en donde además el Estado sea capaz de garantizar derechos sociales de manera universal sin importar el lugar donde se nace, la etnia de la que se proviene o el color de la piel. Y eso requiere reformas estructurales (…)
-¿Y cuáles son sus expectativas?
-Mi expectativa es que al final de nuestro mandato tengamos un Chile que se encuentre, donde colaboremos más que compitamos; un Chile que se escuche, y por sobre todo un Chile más justo en el sentido de que las tremendas desigualdades que hoy marcan a fuego el lugar de origen y el lugar de muerte vayan diluyéndose en función de la trayectoria vital y las posibilidades que tenga cada persona. Y que esas posibilidades sean cada vez más igualitarias.”
9. Turquesa
En un tramo de la entrevista, hablando de la crisis climática, Boric cita: “Como lo ha dicho Greta, tomar acción ya”.
En abril, Camila Carrasco y Pedro Glatz publicaron en La Tercera la columna ”Una política exterior turquesa para Chile”:
“Como proponemos en el libro Nuevas voces de política exterior: Chile y el mundo en la era post-consensual, la política exterior chilena en el nuevo ciclo político debe ser turquesa. Ella debe combinar virtuosamente la propuesta tradicional de la izquierda, desde una perspectiva ecologista (verde), con el compromiso de proteger los océanos y el agua (azul), en cuanto nuevos criterios progresistas para administrar los bienes comunes globales naturales.
En contraposición al ‘capitalismo verde’, la perspectiva turquesa exige superar la ideologizada creencia según la cual es posible disminuir el impacto ambiental sin abandonar la lógica del crecimiento económico supuestamente infinito. (…)
Para convertirnos, en las próximas décadas, en una potencia turquesa, Chile debe impulsar profundas reformas internas para una rápida transición ecológica y climática con justicia social. Así como en el norte global se discute un Green New Deal, debemos construir nuestro propio modelo de transformación con avances en igualdad y distribución de la riqueza. Nada de esto será posible si no conformamos una alianza férrea con la región (…).
El primer paso será suscribir el Acuerdo de Escazú e impulsar una plataforma latinoamericana de cooperación e integración ambiental. Podremos conformar una coalición para demandar a los países ricos el financiamiento y la asistencia técnica (incluyendo la discusión sobre patentes y propiedad intelectual). Al mismo tiempo, servirá para avanzar en iniciativas de integración energética, conservación de bienes comunes naturales regionales y la implementación de herramientas tributarias compartidas. (…)
El ecologismo en nuestra región y país tiene cara de conflictividad socioambiental. Difícilmente se alcanzará la anhelada paz social si no ponemos a la justicia ambiental en el centro del desarrollo. La transición será con la gente o no será”.
10. Nanai
Más de la entrevista de BBC a Boric.
“-Da la sensación que para usted es muy importante demostrar afecto.
-Es que en un país que ha estado tan golpeado últimamente y tan dividido, es importante que volvamos a querernos. Y para mí la preocupación por la salud mental ha sido clave en mi desarrollo en los últimos años y el entender que como chilenos y chilenas nos falta afecto, nos falta cariño, y si uno puede contribuir un poquito a darlo, y si además es algo que me nace, en buena hora. Ahora, el escuchar tiene mucho de reparación. Cuando uno escucha a una persona, aunque no pueda solucionarle su problema, va generando un vínculo distinto consciente, insisto, en que probablemente no se van a resolver todos los problemas.”
“¿Puede alguien enamorarse de una palabra? Yo digo que sí”, tuiteó hace unas horas @Rrrrro, junto a esta tarjetita. Viene de la cuentas de Instagram proyectodiccionario y constitucion_poetica_de_chile.
“nanai
Del qechua nanay, ‘dolor’.
(coloq.) Acariciar, mimar.
(poiesis) Ternura que zurce la herida.”