“Si los selk’nam son más conocidos como ‘onas’ que por su propio nombre, se debe en gran parte a un malentendido histórico: la palabra ‘ona’ proviene de un término de sus vecinos los yámana, cuyo significado se refiere al Norte. Estos llamaban a la Isla Grande Ona-sin, ‘Norte-país’, al Canal Beagle Ona-shaga, ‘Norte-canal’. Thomas Bridges, al haber trabajado casi toda su vida entre los yámana, naturalmente se refería a los selk’nam como ‘onas’, y desde entonces ese término fue aceptado como su verdadero nombre”, explica Anne Chapman en el prefacio a Fin de un mundo. “La confusión de estos términos podría ser tema de una tesis. Sólo agregaré aquí que Lola Kiepja (con quien comienza este libro), la última persona que vivió en la tradición selk’nam (mientras fue joven), creía que ‘ona’ era una palabra inglesa, sin duda porque los ocasionales turistas -a menudo de habla inglesa- que llegaban para fotografiarla en la reserva donde ella vivía usaban esta palabra para hablarle o al hablar de ella”.
Contaba el viernes Carlos Gamerro en La Noche de las Ideas que le suelen preguntarle por qué tituló su novela La jaula de los onas, en lugar de usar la palabra ‘selk’nam’. “Cuando están en la jaula son onas. Están siendo objetivizados, encarcelados en una identidad”.
Categoría: número 70 (un fogón)
2. Kiepja
“A fines del invierno de 1966, en Tierra del Fuego, Argentina, murió Kiepja, más conocida como Lola. Su grupo étnico es generalmente llamado ona, aunque su verdadero nombre es selk’nam. El modo de vida de los selk’nam es el más antiguo de la humanidad: el de la edad de piedra, el Paleolítico de los cazadores, recolectores y pescadores. Con Kiepja desapareció todo testimonio directo de su cultura. De los pocos sobrevivientes de su grupo, ella era la de mayor edad y la única que había vivido como indígena. Tenía aproximadamente noventa años cuando murió, y había nacido bajo una tienda de cuero de guanaco y vivido su juventud vestida con pieles de guanaco, acampando con su familia en playas, lagunas y bosques y participando en las ceremonias tradicionales.
Casi al final de su vida, cuando la conocí, parecía realmente feliz al revivir su antiguo modo de vida a través de sus relatos y de sus cantos. Pero sabía que su mundo había desaparecido para siempre. (…)
A medida que la fecha de mi partida se aproximaba, ella comenzó a preguntarme sobre mi regreso. Le respondía que, de serme posible, volvería al año siguiente. De lo que yo trataba de explicarle, ella dedujo que vivía en una estancia de ovejas cerca de Buenos Aires y que mi ‘patrón’ me había enviado a grabar su voz porque tenía mucha simpatía por los indios y sabía mucho acerca de ellos. Lola nunca había viajado fuera de la isla, pero sabía que al norte existía una gran ciudad llamada Buenos Aires. Una y otra vez me preguntaba sobre mi ‘patrón’, y si yo estaba segura de que él me iba a mandar de regreso nuevamente. Cuanto más insistía con sus preguntas, más le aseguraba que volvería, hasta que ‘tu patrón’ se transformó en ‘nuestro patrón’. El día de mi partida me dio una canasta que recién había terminado. A pesar de que le había ofrecido comprársela, siempre se negó a venderla, diciendo que se la había prometido a alguien mucho tiempo antes de mi llegada. En ese momento la puso en mis manos y me pidió que se la diera a ‘nuestro patrón’.
Al regresar a París se la di al profesor Lévi-Strauss, de parte de Lola. Él puso la canasta cuidadosamente en una vitrina de su oficina.”
Anne Chapman, Fin de un mundo.
3. Reliquia
“El español de Lola, aunque adecuado a sus necesidades diarias, era rudimentario. Mientras lo hablaba, daba la impresión de alguien con mentalidad casi infantil, ocultando de esta manera su compleja naturaleza, su perplejidad y su profundo dolor. Su mundo se había hundido en la no existencia, mientras que el resto del mundo la llamaba ‘la reliquia’”.
Anne Chapman, prefacio a Fin de un mundo.
4. Karukinká
“Karukinká, esa tierra está por allá lejos. Sí, esa es kank. Estaría junta la tierra, sí [la Isla Grande con el continente], porque estaban cazando guanaco esa gente [los antiguos selk’nam], venían unas cuantas familias y llegarían donde estaba la tierra, creo [en] aquellos tiempos, siglos ya. Quedaron aislados ahí [en la Isla Grande]. Por un terremoto habrá sido que quedaron aislados en esta tierra. Pero éste [hace] siglos de años. Quedaron, hasta que aumentaron mucho. Sí, mucha gente. Ahí quedó kank, sola sí.”
Ángela Loij, en el documental Pueblo ona: vida y muerte en Tierra del Fuego (1977), transcripto en Fin de un mundo.
Dice el padre José María Beauvoir en el capítulo 1 de los Apuntes Etnológicos que acompañan su Diccionario Shelknam (1915, reeditado en 1998): “Karukinká: Tierra de la extremidad Sur. Admitida la venida de los antiguos Thehuelche en Karukinká por el paso que ellos conocían (este debía ser el trecho que hay entre las dos angosturas actuales), no puede ya negarse que el Estrecho, cual lo encontró Magallanes tan solo cuatro siglos ha, no debía aún existir, y la Karukinká es decir: la Harw = tierra del Huk o Wouk = Sur, estremo –inká, adónde iban periódicamente, tal vez todos los años), – no estaba aún por completo separada del Continente, a saber aun no era isla, era todavía la parte Estrema Sur del Nuevo Mundo, descubierto siglos después por Cristóbal Colón, la que, separada ya, encontrara veinte y ocho años más tarde Fernando de Magallanes”.
5. Aguanieve
El mito más difundido de la lingüística de café dice que los esquimales tienen cincuenta palabras para la nieve, siguiendo de manera capciosa las huellas de menciones de Franz Boas y Benjamin Whorf. Si bien esto ha sido copiosa y fundadamente refutado (empezando por la idea de que exista algo así como una lengua esquimal), el mito anda. Será que el cuento que cuenta nos interesa.
¿Cuántas formas tiene la lengua selk’nam de nombrar la nieve? ¿Y la yagán? ¿Cuántas para lluvia, llovizna, garúa?
El Pequeño Diccionario del Idioma Fueguino – Ona que compiló el misionero salesiano José María Beauvoir en 1900 (que años después rebautizó como “shelknam”) refiere josh para nieve, y kijav para copo de nieve. Pero hay tres para llover, tkaan, kalué y chalwen; Beauvoir no relevó (o no reveló) los contextos como para indicar los matices entre ellas. También hay dos para lloviznar, ouken y pahalay, y otras dos para lluvia, chalun y hourr, y otra distinta para lluvioso, kewkayeun. Agua es chown, pero “agua caer a gotas” es karskrsehaunovian, y “agua llover” es chowen. “Viento con lluvia” es kohecher. Granizo es shohor, pero también está johosh, “granizo de nieve”, ¿será aquello que hoy llamamos aguanieve? Aunque es imposible comparar una tormenta con otra (no es tormenta lo que quiero decir, ¿cuál es la palabra genérica para tantas formas de precipitación?)
Vengo de una ciudad en la que nieva una vez por siglo: supe de la aguanieve en Tierra del Fuego. Hay que afilar el ojo para reconocerla. Es más blanca que la garúa, más finita que el granizo, más veloz y tenue que la nieve.
(¿Por qué aguanieve y no lluvianieve?)
Más lo pienso y más absurdo me resulta tratar de encajar en categorías discretas semejante continuum entre líquido y sólido, translúcido y opaco. Una frontera impalpable.
6. No
“Nos falta que nos reconozcan como lo que somos: raíces vivas. Es muy triste decirlo”, dijo Margarita Maldonado, selk’nam por línea materna, en un encuentro organizado en el marco de La Noche de las Ideas. “Nosotros no queremos que nos den, queremos que nos devuelvan. ¿Y qué queremos que nos devuelvan? Dignidad. Nada más. No pedimos que nos devuelvan las tierras los estancieros. Solo que nos reconozcan como lo que somos, que no nos digan que nos disfrazamos de selk’nam o nos anden midiendo la pureza de la sangre. El pueblo selk’nam existe y vive”.
Me quedó resonando esa negación que explicitaba aquello que, destaca Margarita, no reclaman.
En Fin de un mundo, Anne Chapman asegura que en selk’nam muchas veces se afirma por la negación. Hay muchos ejemplos en su registro de los cantos chamánicos de Kiepja: “Yo no he llegado (negación por afirmación).” “No me entregan el guanaco (de nuevo una negación que vale por una afirmación)”. “No hablo bien. Ando extraviada (ambas locuciones significan lo opuesto)”.
Me recuerda al punto de Oswald Ducrot, y otres: que una negación es una afirmación negada, una polémica entre una voz que afirma y otra que niega, “voces superpuestas”. Una forma de reconocer esas divergencias. Quizás sea demasiado confrontativo decir “pedimos que nos devuelvan las tierras”, pero alcanza con la negación para mostrar que alguien, alguna vez, formuló esa idea. Aunque sea así, en subjuntivo.
7. Renovales
Carteles en el bosque. “Zona de renovales. No talar”.
“Renoval es un término empleado en silvicultura y ecología forestal, para hacer referencia a un bosque joven, normalmente de tipo secundario, cuyos árboles dominantes o que conforman el dosel superior de dicho bosque, son relativamente coetáneos (de edad similar)”, dice en la Wiki. ” Los renovales presentan un origen producto de alteraciones. Estas pueden ser de origen natural (deslizamientos de tierra, erosiones glaciares, erosiones en riberas de ríos, incendios naturales) o antrópico (quemas, incendios provocados, desmonte masivo de bosques originales y posterior abandono tras un uso silvoagropecuario).”
Según la RAE:
“renoval. 1. m. Terreno poblado de renuevos.”
Los nuevos brotes. Existen y viven.
8. Turba
Suelo que se hunde bajo mis pies; que se hunde pero no tanto. Apenas. O quizás un poco más, nunca se sabe. Por las dudas, pie de plomo, o mejor de pluma. Suelo que responde a mi paso, a mi peso, soltando agua: no le soy indiferente.
Tierra que es a la vez agua y materia vegetal en transición a mineral, viva y no viva.
Turba, que perturba, que disturba, que mueve y se mueve. Que desestabiliza.
Turbar, según la RAE: “Alterar o interrumpir el estado o curso natural de algo”. Suelo que no es para caminar. O al menos no muy rápido. Suelo para sopesar cada paso.
“La formación de turba constituye la primera etapa del proceso por el que la vegetación se transforma en carbón mineral. Se forma como resultado de la putrefacción y carbonificación parcial de la vegetación en el agua ácida de pantanos, marismas y humedales. El paso de los años va produciendo una acumulación de turba que puede alcanzar varios metros de espesor”, dice la Wiki. Por las dudas nunca tratar de cruzar el turbal. “Las turberas son pantanos lacustres de origen glaciar que actualmente están repletas de material vegetal más o menos descompuesto. La turba se acumula debido a que la putrefacción de la materia vegetal es muy lenta en climas fríos”.
Acá dice turbera; me suena a explotación industrial, como quien describe una fábrica. Caminando siempre escuché turbal. “Cuidado con el turbal”. “Hay que pasar el turbal”.
Otro punto fascinante: “En estado fresco alcanza hasta un 98 % de humedad, pero una vez desecada puede usarse como combustible”. Jamás lo entendí. ¿Cómo se puede quemar esa esponja de tierra?
(Y qué decir de las turbas humanas: Google me lleva derecho a esta imagen).
Se dice que los turbales son “bancos de datos” de “información paleoambiental”; están ahí desde la era de hielo. Además, absorben carbono (dicen que el doble que los bosques). Y pueden soltarlo si los presionan. Mejor no.
El 95% de los turbales de Argentina está en Tierra del Fuego. “Estudios geológicos e hídricos afirman que el 65 % de la superficie de la isla está cubierto por esta vegetación”, dice la Wiki; “y que, debido a sus propiedades de oxigenación, este lugar sería de los poseedores del aire más limpio del planeta.”
9. Fogón
Recién hoy noté que un fogón no es más (no es menos) que un fuego grande. Fuego Grande de la Isla de Tierra.
10. Pémaulk
“Era la época en que Pémaulk (poderío sin límites) habitaba en la tierra. Cuando Pémaulk se alejó hacia el cielo del este, empujó consigo el firmamento, distanciándolo más de la tierra, hundiéndolo en la infinitud. En aquel entonces los animales y las aves sabían hablar. El guanaco se acercaba a las viviendas de los cazadores y se dejaba matar. Y como el Sol habitaba en la tierra, no existía la noche”, transcribe Anne Chapman en el capítulo VI de Fin de un mundo, dedicado a los cantos chamánicos selk’nam. “Maukel: o Pémaulk por lo general significa el cielo oriental más remoto o infinito; es lo que Gusinde, con el término Temáukel, interpreta (1982, II: 473-482) en un contexto mitológico como nombre del ser o esencia suprema”.
Y en otro fragmento: “Luna (Kreeh) y Nieve (Hosh) pertenecían al Sur, Sol (Krren) y Viento (Shénu) eran del Oeste. Lluvia (Chálu), Mar (Kox) y su hermana Tempestad (O’oké) eran del Norte. El Este, lugar de la cordillera resbaladiza, era el ‘centro’ del universo y la sede del poder chamánico. Allí estaba Pémaulk, Palabra, el más poderoso de todos.”