“Somos ya, un poco, un ex país”, escribió Martín Rodríguez en Panamá Revista, el miércoles, temprano, sobre el cuerpo todavía caliente del dolor. “Maradona armó un pueblo y una idea de Argentina cuando había desguace y fragmentación. Ya podemos tirar la llave al mar. No fue perfecto pero era Dios. Y elijo esta foto de Diego así, abrazado a Claudia, en nuestro Volver al futuro, porque parece ingenuo y valiente.”
Decía el biógrafo de Maradona, el periodista Daniel Arcucci: “El dolor más grande que empezó a sufrir Diego era que ya no se sentía Maradona. Él era consciente de que no era Maradona y no había manera de convencerlo que no necesitaba hacer algo más para seguir siendo Maradona”.
No seremos Maradona pero creo que es fácil empatizar con el sentimiento, al menos para cualquiera que haya pasado, como dice Calamaro, la curva de los 18. El dolor de ya no ser, individual y colectivo. Envejeciendo detrás de pantallas y barbijos, en la bruma de la pandemia; sin baile, sin fiesta, sin épica, sin querer ni empezar a preguntarnos si será que la alegría va a volver alguna vez o esto lo que hay nomás.