“esperar. Del lat. sperāre. 1. tr. Tener esperanza de conseguir lo que se desea. 2. tr. Creer que ha de suceder algo, especialmente si es favorable.”
Todo empieza con una afirmación: que la espera terminó y empieza el Mundial 2022. Y continúa en mi cabeza con una pregunta. ¿De qué hablamos cuando hablamos de esperar? ¿Qué se pone en juego en nuestras vidas cada 4 años? Como si el mundo fuera a terminar, o como si fuera un fin de año –clima exacerbado por el cambio de fecha en este 2022- en el que ya sabemos que el 1 de enero será igual al día que lo antecedió. Posponer cosas esperando que termine el Mundial, y que además el resultado sea el esperado.
En las crónicas la palabra machaca en usos diversos: X espera en el banco, Z espera a ser convocado, Fulano espera el pase en el área, a veces (muchas, quizás demasiadas para nostálgicos de otro fútbol) hay que esperar el resultado del VAR para saber si gritamos o no ese esperado gol. Post partido se escucha que los resultados no fueron lo que se esperaba. Alguien recuerda que Bilardo decía: “No hay tiempo para esperar a un jugador. Igual que un cirujano no tiene margen de error”.
Después de un resultado alentador leemos en las redes convocatorias cabuleras a repetir escenarios, ropa, situaciones para ver el partido, casi como una escena de espera amorosa a la manera de Roland Barthes. “La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme.”
El gran DT, rey de la sensatez (sí, soy su fan) nos pide que no esperemos de ellos más que un partido de fútbol.
Se cuenta en revista Anfibia: “Cuando Argentina ganó el Mundial ’78 Raquel Robles tenía 6 años. Vio la final (…) junto a sus tíos, su abuela, su hermano y Dina, una amiga de sus padres, la única que hablaba de ellos en voz alta. Todos, menos ella, en un estado de tensión inmenso. (…) Sabía que el único milagro que esperaba para esa tarde -que sus padres volvieran- no iba a suceder aunque ganaran la copa intergaláctica de todos los deportes”.
¿La espera realmente terminó?
Por Roxana Salpeter