La escucho por primera vez en un desayuno de libreres, unos días antes del inicio del mundial: “Dale, cortala un poco con la recuerdalgia”. Están hablando de cuál es el gol que más gritaron: el de Diego a los ingleses en el 86, la gambeta de Caniggia a Taffarel en Italia o el de los 26 pases seguidos de 2006. Me la olvido. En la previa del primer partido de Argentina se la vuelvo a escuchar a une amigue de mis hijes. Nadie pregunta a qué se refiere: la palabra fluye, lo cual no es difícil de entender: tanto “recuerdo” como “-algia” son parte constitutiva de nuestra gramática. Tiene cierto tufo a popularización de “nostalgia” que, descubro, es un neologismo bastante reciente, acuñado por el médico suizo Johannes Hofer en 1688 para describir la patología que sufrieron un estudiante y su sirviente que agonizaban, pero sanaron al regresar a su casa con su familia: “nostos”, regresar sanos y salvos; “-algia”: dolor. Joe Brainard, el creador del prolífico género de los “Me acuerdo”, esa enfermedad de dar cuenta en pequeños párrafos de aquello inolvidable, tomado luego entre muchos otros por Perec y, en su versión local, por Martín Kohan, le escribe (cuenta Paul Auster en el prólogo de la divina edición publicada por Eterna Cadencia) a su amiga, la poeta Anne Waldman cuando está trabajando en ese texto: “Siento que habla tanto de todos los demás como de mí mismo. Y eso me gusta. Quiero decir, siento que soy todos, todo el mundo. Y es un sentimiento bonito. No va a durar, pero lo disfruto mientras puedo”. Hay algo de la recuerdalgia mundialista que se sostiene en la ilusión de volver a una casa todes juntes. Y es un sentimiento bonito. No va a durar, pero qué poderoso el mientras tanto.
Por Ana López