En este newsletter hermoso, Marcelo Pisarro habla de los corn maze, los laberintos de maíz que se crean para Halloween. Ya quiero ir: laberintos donde perderse por gusto, abiertos a machete en esas plantaciones altas y espesas como multitudes, tan propias del folklore estadounidense o -más bien- de sus películas. Según cuenta, comenzaron en la década del 90, y en 2010 “ya estaban establecidos como alternativa estacional en el campo del agro-entretenimiento”. Quien compra una entrada recibe una linterna, un mapa y un palo con una bandera, que debe agitar si se cansa de buscar la salida. O si se asusta. Y un granjero con sombrero de paja saldrá a buscarle.
Pisarro argumenta que Halloween es una de las celebraciones estadounidenses más eficaces porque construye el estado-nación sin molestar con el himno; fue verdaderamente apropiada, desligada de fastidios patrios. Cifra ahí el éxito de los laberintos de maíz. Dice: “y está esa experiencia extraña, densamente sensorial, un poco al filo de lo real para el público general, que es caminar en las noches, bajo las estrellas, en campos de maíz. Es difícil no enamorarte de un lugar así. O de un tiempo así. Que es el tiempo del otoño y de Halloween, pero también es el tiempo mítico de la nación.”
Hoy la experiencia del miedo está un poco más a mano; como sostenían Mariana Enríquez y M. John Harrison la semana pasada (N09P07), estamos perdides en un laberinto new weird. Lo que viene faltando es la bandera para agitar: por favor, no podemos más, todo me asusta, este mapa no sirve, no veo la salida ni ningún sombrero de paja.