Hay un bot simpático en Twitter, @LNdijo, que recoge las palabras que salen por primera vez en el diario La Nación, inspirado en @NYT_first_said. Bueno, el lunes La Nación dijo “texticidios”. Otro bot, @dijo_meta -hecho por la misma persona, @j_e_d, le Dr. Frankenstein de los bots- aporta el contexto: una entrevista a la presidenta de la Academia Argentina de Letras, Ana María Zorrilla. El periodista Daniel Gigena arranca así: “¿Se cometen crímenes de lesa gramática contra el español? ¿Son los principales sospechosos de ‘texticidios’ periodistas, publicistas, funcionarios e incluso escritores?”
La nota viene a cuento del nuevo libro de Zorrilla, Sueltos de lengua. Así lo describe ella: “Reúne distintos momentos en que la lengua tropieza con los que no saben cuidarla por desidia o porque, como decía Goethe, son fanáticos de la ignorancia activa”. Agrega que “eligen el camino del error sin tener en cuenta que la lengua posee normas que nos guían para hablar y escribir con cierto decoro”, y que “hay que esforzarse” para hablar y escribir “para que nos entiendan”. “Hacernos entender y entender naturalmente a los demás significa haber comprendido que vivimos en una lengua”, asegura.
De verdad me sorprende que a esta altura de la soireé una académica de renombre pueda decir tan suelta de lengua que son les hablantes quienes no hacen el esfuerzo de hacerse entender. ¿Tan poca conciencia de campo tiene? ¿Ni una vez escuchó hablar del poder asociado a la norma culta, del capital simbólico? ¿Ni un poquito de ruido le hace ese “naturalmente”?
Lo dicen claro les lingüistas Juan Eduardo Bonnin, María López García y Santiago Kalinowski (también de la Academia Argentina de Letras) en el primer episodio de su podcast Hablando mal y pronto: prohibir expresiones de la lengua es prohibir a sus hablantes. Y lo mismo vale para el desprecio o la burla. Preocuparse más por el texticidio que por el hablanticidio es como preocuparse más por las cosas que por las personas.