El jueves 26 hubo una buena en el Parlamento Europeo: se aprobó el marco comunitario “Hacia un mercado único más sostenible para las empresas y los consumidores”, que propone un paquete de medidas para estimular la la economía circular, la reparación y la durabilidad de los productos. Técnicamente, es una serie de recomendaciones a empresas e instituciones, y un pedido a la Comisión Europea: que legisle efectivamente el derecho a reparar. Pide que “se desarrolle e introduzca un etiquetado obligatorio para proporcionar información clara, inmediatamente visible y fácil de entender a los consumidores sobre la vida útil estimada y la capacidad de reparación de un producto en el momento de la compra”, entre muchas otras medidas. Se busca que las reparaciones sean “más atractivas, sistemáticas y rentables, ya sea ampliando garantías, proporcionando garantías para las piezas reemplazadas o mejor acceso a la información sobre reparación y mantenimiento”.
Francia picó en punta: a partir de enero de 2021, será el primer país del mundo en exigir una etiqueta con índice de reparabilidad del 1 al 10 en lavarropas, celulares, computadoras, televisores y máquinas de cortar pasto. El objetivo es crear competencia por lograr productos más reparables.
Es una gran noticia para los colectivos de consumidores, activistas por la economía circular y contra la obsolescencia programada, que llevan décadas de Repair cafés y clubes de reparadores (el de Buenos Aires volvió hoy, con un pic nic de auto-reparación <3). Con optimismo, podemos verlo como un punto de inflexión en el camino a lo que Mario Pansera y Mariano Fressoli llaman “innovación sin crecimiento”: volcar saberes, tecnologías y fondos ya no al ciclo “destrucción creativa” del capitalismo, que lleva a descartar para crear nuevos mercados, sino a una ética del cuidado de las personas, los recursos y la naturaleza. Ojalá.
“Repara con cuidado. Mientras lo haces, piensa en reparar el mundo”, dice Yoko Ono en Mend Piece.